En Tornavacas los hombres salían al campo llegado el alba. A mediodía se acercaba algún familiar, generalmente la esposa, a llevarle el almuerzo. Ambos regresaban antes de anochecer. Los caminos y la carretera eran un reguero de burros, mulos y caballos cargados de leña para la cocina y frutos diversos. Melocotones, uvas o ciruelas, que además eran claudias y estaban deliciosas. La gente los cultivaba para su consumo.

Ahora valen dinero en Merca Madrid. Y no digamos las cerezas. De ahí el disgusto que causa en el agricultor la desaprensiva conducta de los viajeros que se detienen ante un frutal para coger sus productos.

En uno de los pueblos del Valle del Jerte recogía una familia cerezas en su predio y el pequeño de los hijos se acercó a un árbol para comer alguna de ellas. El padre le reprochó: "Pero Lito. ¿Vas a comer las del árbol?". El chiquillo de acercó al tendal en el que las mujeres habían separado las buenas y de mayor calibre. "Pero Lito. ¿Vas a comer las del tendal?". Solo le quedaban las del escardo y a ellas se dirigió. "Pero Lito. ¿Vas a comer esas que son para los cerdos?". La criatura inquirió: "¿Pues de cuales como, padre?". Y el progenitor contestó: " De las del vecino, idiota".