De vuelta de Sevilla, Christina Rosenvinge hace parada esta noche en la localidad de Albalá (El Reflejo, 23.30 h. entradas a 13 euros) con motivo del 50 aniversario de esta sala. Anoche ya disfrutó del Festival de Teatro Clásico de Mérida.

--Presentará los temas de La joven Dolores, su último disco. ¿Cómo va la gira?

--Muy bien. Es una mezcla de trabajo y vacaciones. Fui a Formentera, el sitio donde se gestó el disco. La joven Dolores es el nombre de un barco que operaba allí. He hecho conciertos puntuales que me apetecían.

--También es espectadora en pequeños locales. ¿Qué propone para que pervivan? Parece que no lo tienen fácil...

--Son piezas fundamentales en el engranaje porque dan la oportunidad a músicos que están empezando y también por que se puede ver la música en directo y más de cerca. Los locales pequeños son una pieza fundamental que hay que mimar muchísimo porque es como se hace cantera, tanto de público como de músicos.

--¿Qué sigue sintiendo al subir a un escenario a cantar?

--Lo que engancha es que cada noche es única. Nunca pasa lo mismo dos veces. La combinación de público, la noche que es y los músicos siempre dan lugar a una experiencia muy distinta. Si siempre fuera igual, se convertiría en un funcionariado.

--¿Se ve reflejada en esas chicas que triunfan en el pop independiente como La Bien Querida, Anni B Sweet o Russian Red?

--Lo que me extraña es que no hubiera más. Igual que los hombres no se parecen unos a otros, las mujeres tampoco. Cada una tiene su historieta distinta. Las influencias son indistintamente masculinas o femeninas. No creo que las mujeres solo escuchen a mujeres. Es muy sano que se esté empezando a nivelar la presencia femenina con la masculina, aunque aún falta un montón.

--¿Es un mundo machista?

--No, es más una cuestión de que las mujeres no dan el paso de ponerse al frente de una banda o meterse en la vida de carretera del músico. Optan por otras cosas aunque les interese la música. Es un mundo masculinizado, no machista.

--¿Antes había más ingenuidad? ¿Sobran intermediarios?

--Tal y como está el mercado, hay que tener kilos de ingenuidad. Es una profesión difícil y con muchos altibajos, pero la recompensa es enorme porque la relación con el público llena un montón, que tu trabajo llegue y sea escuchado, y se cree esa relación tan familiar y empática con él.

--¿Quién es el más grande?

--La música no debe ser nunca un mundo competitivo. No hay listas ni jerarquías. Soy contraria a esta cultura del éxito. Cada uno tiene que hacer lo suyo. Es un trabajo más artesanal que competitivo.

--¿Qué le emociona?

--No lo sé, la verdad. Lo último que he escuchado y no tenía: un disco de Bill Callahan, que me bajé en iTunes.

--Un deseo...

--Que este año que toda la gente que no tiene trabajo lo encuentre y que además les paguen bien.