Como en muchas familias, en mi despensa solo entraban productos del DIA, de manera que cuando en 2012 abrieron en la calle Arturo Aranguren, a dos pies de El Periódico Extremadura, uno de los supermercados de la cadena, aquello fue una revolución para toda la plantilla que como un goteo acudíamos en busca de las mejores ofertas. Los inicios de estos supermercados datan de 1979 en la calle Valderrodrigo, con la apertura de la primera tienda en Madrid, en la urbanización madrileña de Saconia.

DIA llegaba con un concepto novedoso: el formato ‘descuento’. Ese modelo fue un éxito. Nos daba igual que dijeran que comprar en DIA no tenía glamour, pero es que era el más barato. El pasado mes de junio esa tienda de Arturo Aranguren, después de ocho años, echó el cierre. Era uno de los establecimientos contemplados en el ERE de la cadena y, sinceramente, su cierre supone un problema para los trabajadores y un lamento para esta calle que pierde con ello una de sus señas comerciales de identidad y que nos hace pensar en la necesidad que Cáceres tiene de impulsar la instalación de empresas que dinamicen nuestro tejido económico.

Flores Juanvic

Sin duda, uno de los empresarios que a diario contribuye a esa dinamización es Flores Juanvic, cuyo quiosco es una escultura más perfectamente integrada en el Paseo de Cánovas. Juanvic es uno de los bastiones del Ensanche, esa romántica postal que inevitablemente a mí siempre me recuerda al Parador del Carmen, aquel edificio donde hoy se sitúan Liberbank y Stradivarius y en el que se daban cita muchos negocios como el taller de Joaquín, que también niquelaba, o la churrería Ruiz, que tenía un quiosco de chapa verde y que llevaban Juana y su marido. Y luego estaban los maleteros, que tenían carro y vara y que aguardaban la llegada de los viajeros para cargarles el equipaje y acompañarlos a los hoteles de la época como el Toledo o el Álvarez. Los maleteros más célebres fueron Andrés Gibello, que era uno de los hombres de confianza de Mirat, Zacarías, Coronel, Eustaquio, Gabriel...

Al lado del parador estaba el Bar Aviación, que lo llevaba Anacleto, aunque en Cáceres todos lo conocían por Necle, muy buena persona, un tío serio. El Aviación tenía un saloncito, te servían unos chatos y unos altramuces y siempre se llenaba. Enfrente, Juanito El Chochero, con su carrillo, y al lado la casa de maquinaria agrícola Ajuria, en la que trabajó mucho tiempo un hermano y el padre de Antonio, que estaba en la cooperativa de viviendas del Carneril, que fundó el obispo Llopis Ivorra y que se casó con la sobrina de don Rafael Valencia, el capellán de los antiguos sindicatos verticales.

Bajando la Ronda estaba la carbonería de Macario, que era suegro de Nandi, el futbolista. Muy cerca de allí las cocheras de Carrión y en la esquina el Bar El Globo, que luego fue Siro Gay y después Modas José Luis. Al lado del parador del Carmen hubo un chalet muy bonito de los Manzano, era de estilo francés y disponía de unas torres en las que anidaban las cigüeñas. Enfrente, el Fielato, los almacenes Blázquez, que tuvieron grano y carbonería, y la estatua de Gabriel y Galán a cuyos pies, cada mañana de Reyes, recitaban poemas Juan El Cartero, Marchena y don Pablo Aguilera y su mujer.

Alrededor del parador fueron apareciendo negocios muy conocidos: el almacén de los Morales, que se quemó, los Sobrinos de Gabino Díez, Candela Palomar, Patricio Fernández y Cia, la cafetería Delicias, el Joyce, el Montero, El Barbero, que era cantante, la tiendina donde vendían bichos de goma y juguetes, y más allá, ya en Gil Cordero, el antiguo colegio de las Josefinas, y antes de las casas de los camineros: el taller de los Contiñas, el taller de chapa de los Catalinos...

Hoy, Flores Juanvic me hace recordar aquel Cánovas de tanta prosperidad en el que ahora, y tras el cierre de Mango, han puesto una tienda de Orange, la que antes había en El Túnel de Antonio Hurtado y que se ha trasladado a la avenida de España. Se trata de otra firma de telefonía de esas que se reproducen como setas en la ciudad y a cuya inauguración asistió hasta el alcalde como si la presencia de ese establecimiento, ante tanto boato institucional (si es que hasta hubo corte de cinta en plan ‘Bienvenido Mister Marshall’), fuera poco menos que el Desembarco de Normandía (¡tachán, tachán que ha llegado Orange y se ha acabado el paro en Cáceres, señores!) Y es que, con todos los respetos a Orange, la apertura de estos negocios me provoca una aterradora sensación del triunfo de la tecnología frente al de la vida en la calle, esa vida que siempre pasa por Cánovas, el paseo que esta semana volvió a tener más luz que nunca gracias a Miguel Grande. En realidad su historia la conocimos a principios de mes cuando la periodista Sira Rumbo lo bautizó en este periódico como ‘El Hombre Pájaro’.

Miguel construye nidos. Ya tiene expuestos once a cielo abierto en la calle José Espronceda, en La Mejostilla. También exhibía ponederos de cigüeña blanca y grulla común, pero se los quemaron. El primero se calcinó por un incendio en una parcela contigua y al segundo le prendieron fuego. Puso los hechos en conocimiento de la policía y pidió un lugar en Cáceres para mostrarlos de forma segura, pero nadie le hizo caso. De modo que el martes, Miguel se subió a un cedro de Cánovas con la intención de instalar un nido de gorrión. Lo hizo en señal de protesta y se montó un pollo de muy señor mío, con denuncia incluida por desorden público. A mí, sinceramente, se me antoja una barbaridad multar al Hombre Pájaro habiendo, como hay, tanto pájaro suelto por el mundo. Espero que como el alcalde, Luis Salaya, y el subdelegado del Gobierno, José Antonio García Muñoz, son dos hombres magnánimos acaben ‘indultando’ al bueno de Miguel para que lo libren de la sanción.

La historia del Hombre Pájaro me parece enternecedora en esta sociedad tan desapegada de la defensa del medio ambiente, en un mundo azotado por el cambio climático con ballenas que mueren en los océanos a base de plásticos que engullen de forma inevitable en el fondo de los mares. Miguel es como Birdman, ese personaje de película que cuenta la historia de un actor, Riggan (Michael Keaton, el eterno Batman), que en el pasado saltó a la fama por interpretar a un superhéroe conocido como el Hombre Pájaro.

He pensado mucho en esto sentado en la terraza de la Discoteca Zrrcus, junto al Hotel Extremadura, donde sirven mojitos y caipirinhas; todo ello gracias al equipo capitaneado por Esther Delgado y Youssef Bakthi, que abren de ocho de la tarde a dos de la madrugada. Ahora que nos quitan los bancos románticos de San Juan y los sustituyen por ergonómicos y mandan a hacer puñetas la nostalgia, yo me declaro fan incondicional de Miguel Grande Birdman, el Hombre Pájaro de Cáceres que trepa por los árboles y desafía a los poderes fácticos en defensa de sus nidos. Sin duda no hay metáfora más hermosa.