Acababa de arreglarse para salir a cenar con unos amigos en Madrid, donde habían ido a pasar el puente de la Constitución, pero a él no le gustó el modelo que su pareja había elegido. Fue la primera vez que la agredió. Tras indicarle que los botines que se había puesto eran «de puta», se abalanzó sobre ella y la golpeó. Acabó por romper el calzado. En otra ocasión, tras mantener una discusión la golpeó en la cabeza y una tercera vez, preso de la ira por algo relacionado con el cocinado de una tortilla francesa, la agredió después de romper la vajilla. Hubo más. Fueron a Galicia a pasar unos días de vacaciones con unos familiares, discutieron por la foto de perfil de Whatsapp que ella tenía y le dio una patada. Horas después, al llegar a casa, la tiró contra la cama y comenzó a golpearla indiscriminadamente por todo el cuerpo. Esto motivó que pusieran fin a la relación. En cambio ninguno de estos episodios los denunció, ni tampoco acudió a ningún centro de salud tras las agresiones, por lo que no existen partes de lesiones. La situación continuó con vejaciones y acoso a través del teléfono móvil, donde la insultaba: «Algo bueno te vas a llevar y es que hayas adelgazado», le dijo en una ocasión (durante su relación era frecuente que se dirigiese a ella llamándole «vaca»). Acaba de ser condenado a cinco años de prisión por maltrato, acoso y vejaciones. No podrá aproximarse a ella en un radio no inferior a 300 metros durante once años y medio. Debe indemnizarla con 1.500 euros. No es firme.