Isabel Caballero es el vivo ejemplo de que ayudar, si uno quiere, no tiene excusas. Esta mujer de 60 años, madre de cuatro hijos, muy vinculada a la parroquia de Aldea Moret y por tanto al programa de ayuda a Perú, se sobrecogió al enterarse de que el terremoto había dejado a muchos niños en la calle. "Yo tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Somos gente normal con posibilidades económicas que no pueden hacer mucho por socorrer al resto, hasta que de pronto pensé en las roscas. ¿Podría ayudar a los niños haciendo lo que se me da bien?", se pregunta.

Isabel lo consultó con su familia, con el párroco, y todos le animaron a probar suerte, especialmente porque ella es casi una veterana en la materia: cada año, llegada la fiesta de Santa Lucía, elabora decenas de roscas para su venta en la romería, contribuyendo de este modo a los fondos de la parroquia. Así es que se puso manos a la masa y al siguiente sábado, en el mercadillo de Aldea Moret, Isabel ya estaba con sus cestas repletas de 270 roscas. "Las pusimos a 70 céntimos y se agotaron rápido", relata.

Basta con probar un pellizco para entender que no hay solidaridad más dulce. "Pues mira que no hay ningún secreto: anís, sal, cáscaras de limón o naranja, harina, huevo, vino, aceite, azúcar, canela y poco más", desvela. La idea ha sido tan acertada que Isabel no está sola. "Las vecinas han querido contribuir y una me ha dado un kilo de harina, otra dos botellas de aceite, otra 5 euros...".

De modo que se ha pasado semanas haciendo más roscas para llevar al mercadillo unas 300 unidades cada sábado, y ello pese a que se encuentra delicada de salud. "Como tengo que pasar un día completo en ciertas pruebas médicas, estoy aprovechando todas las horas que puedo", explicó ayer, espumadera en mano.