Armónica y parte antigua. Una serena combinación, casi perfecta, que cada año marca el inicio del otoño en Cáceres. El Festival Internacional de Blues celebra estos días su decimoprimera edición con colas y más colas a la puerta del Corral de las Cigüeñas para entrar en los conciertos más íntimos, y una acogedora afluencia en los directos en abierto que alberga la plaza de Santa María.

Ya lo dijo B. B. King, «el blues es algo sagrado». Y así lo ha entendido siempre la Asociación de Amigos del Blues de Cáceres, que ha hecho de este festival una referencia de auténtica calidad, pese a que su presupuesto apenas supera los 40.000 euros. ¿El secreto? Ni más ni menos que el esfuerzo que este colectivo realiza durante todo el año, buceando en las entrañas del blues por EEUU y Europa para gestionar los conciertos y cerrar programas. Además, a los artistas del género les atrae, y mucho, tocar en una ciudad de la enjundia de Cáceres, ya incluida en el circuito europeo del género.

Ocho actuaciones forman el cartel de este año. Arrancó el jueves con la conmovedora voz y la versatilidad instrumental de Vanessa Collier, que inició su gira europea en Cáceres (200 personas aguardaban en las puertas del Corral de las Cigüeñas, una vez lleno el aforo). «El festival marcha realmente bien por la respuesta del público, por la calidad de los músicos y por el buen tiempo que acompaña. Lo cierto es que jamás nos ha llovido en estos once años», apunta a modo de anécdota Miguel Escribano, responsable de la asociación.

El viernes subieron al escenario Travellin’ Brothers Little Band, Bob Margolin &tota Blues Band y Leif De Leeuw Band. Ayer la jornada se abrió con Blues Triumvirate, que casi dos horas después de iniciado su concierto seguía recibiendo los aplausos de un público que pedía más. A las 19.30 se abrió el escenario de Santa María con Saron Crenshaw, miembro del Blues Hall of Fame de Nueva York. Tomó el relevo Ian Siegal Band, el artista de blues británico más exitoso desde los grandes nombres que surgieron a partir de los años sesenta. Tenía previsto cerrar la noche del sábado Big Yuyu, grupo español que siente y vive esta música por escenarios de medio mundo.

«Empezamos como un juego y ya no sabemos parar», confiesa Miguel Escribano mientras saborea los ritmos, con la mente ya puesta en la próxima edición.