Si hacemos un repaso de las grandes noticias en los últimos tiempos nos topamos con el paro, el hambre, la injusticia, la corrupción política, el autoritarismo, el hambre y un largo etcétera. Estamos ya tan hartos de malas noticias que más de uno piensa lo de Groucho Marx: "paren el mundo que yo me bajo". La crisis económica ha hecho desvanecerse las falsas seguridades que el ritmo de crecimiento y la abundancia de bienes de consumo y muchas personas damos la sensación de encontrarnos sin rumbo o a la intemperie. Muchos ven truncadas sus expectativas de desarrollo y tienen motivos más que sobrados para desconfiar de casi todo.

Pero, también se dice que "hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece". Lo que va bien no llama la atención y tampoco suele aparecer en los titulares de los medios de comunicación; en cambio un solo escándalo, una sola cosa negativa es vociferada enseguida y encuentra gran eco en la opinión pública.

Permítanme que mire hoy más allá de los informativos televisivos y entone un cántico de alabanza por el bosque que se desarrolla silenciosamente. No son famosos los hombres y mujeres de buena voluntad que, en todo el mundo, hacen diariamente el bien y ayudan a los demás. Los "héroes anónimos" superan en número a quienes delinquen o viven del crimen. Tal vez si pensáramos sólo en este detalle, el derrotismo y la amargura que con frecuencia nos invaden dejarían paso a un rayo de esperanza.

Ya en la parábola evangélica del "trigo y la cizaña" el bien y el mal crecían juntos y hoy son precisas voces de aliento afirmando que todo lo bueno de la humanidad, tantas veces silenciado, terminará imponiéndose. De lo contrario la vida sería inaguantable. Para ello es conveniente cuidar otras dos virtudes, igualmente evangélicas, la paciencia y la esperanza.