Cuando el 18 de mayo de 1993, el Centro Comercial Ruta de la Plata desembarcó en Cáceres, la ciudad dejó de acabar en la Cruz porque hasta entonces había muy poco que ver más allá de la Cruz de los Caídos, a cuyos pies se construyó el Parador del Carmen, que fue durante muchos años parada y fonda de la capital. Parada porque hasta él llegaban bestias de carga y autobuses; fonda porque en él se hospedaban viajeros de ida y vuelta en una pequeña urbe que precisamente empezaba y acababa en ese parador, donde hoy se levantan el Edificio El Carmen y hay una sucursal de Liberbank.

La entidad financiera, que aquí seguimos conociendo como Caja Extremadura, comenzó en 2016 la renovación de sus oficinas dentro de un plan comercial y la instalación de nuevos equipos de servicio al cliente, que incluían la renovación del parque de cajeros y la instalación de agentes bancarios remotos (vamos, en verdad esta denominación tan cursi lo que escondía era el cierre de muchas oficinas). A Cáceres, lógicamente, le tocó su parte y hoy esos cajeros tienen calefacción, son muy luminosos y están pintados de blanco inmaculado.

Resultan tan acogedores que durante estas noches de Navidad se han convertido en hospedaje de los sintecho. Y a mí se me parte el alma al verlos allí, entre mantas, comiendo pan con alguna lata y el cartón de vino apoyado en una esquina. Dos de ellos comparten el mismo rincón en la oficina de la Cruz; tienen ya la postura cogida: uno duerme en posición fetal, el otro lo hace boca arriba. Se dejan el espacio suficiente y abrazan sus pies. Cuando yo tenía 25 años no me gustaba que me abrazaran mientras dormía. Ahora, que tengo 50, siempre necesito que me agarren. Estas cosas las entiendes solo con el paso del tiempo, cuando los agujeros empiezan a crecer en tu estómago. Los miro y comprendo que se entrecrucen porque es la mejor medicina para vencer el miedo.

Si la gente entra en el cajero, los mira de reojo. A veces se tapan la nariz (así, literal), teclean rápidamente el pin de la tarjeta, agarran fuertemente el bolso y la cartera y se marchan huyendo del centro financiero convertido en parador de los indigentes. El otro día escuché a una joven quejarse de la presencia de los dos hombres mientras su madre le espetaba: «Si estos de la Caja me embargan la cuenta y me quedo sin casa, ya sé dónde puedo venirme a dormir». Ambas reían a carcajadas cuando salían airadas de la sucursal exclamando: «¡Qué vergüenza, qué peste!».

Lo que apesta es el sistema.

Sentí tristeza y rubor. Los usuarios pasan muchas veces casi inmunes delante de los necesitados, que parecen otro elemento del mobiliario. Es la lectura más cruel y repugnante del capitalismo: el dinero de un cajero frente a la pobreza y la miseria que lo rodea.

El invierno pasado había alrededor de veinte personas que vivían y dormían en la calle en Cáceres. Ocupan parques, portales, aceras. Para atenderles, Cruz Roja activa el programa Ola de Frío. Una furgoneta comienza de lunes a viernes una ruta en busca de estas personas, a las que ofrecen una bebida caliente, fundamentalmente sopa o café, y magdalenas.

Perfil

Aunque no se ha establecido un perfil concreto en el caso de Cáceres, hay más hombres que mujeres, con edades comprendidas entre los 40 y los 60 años, que residen habitualmente a la intemperie. Existe un sector mayoritario de la población que sigue pensando que el alcoholismo o las drogas los arrastra a esta situación, puede ser, pero hay otros motivos, de hecho, la crisis económica está detrás de muchas de estas circunstancias o las relaciones familiares muy deterioradas. La calle siempre es la última opción. Cuando se está sin cobijo, el camino ha debido ser largo y duro.

Ahora que parece que el gobierno socialista de Luis Salaya quiere salvar su presupuesto alcanzando un acuerdo de legislatura con Podemos, ojalá se lleve a cabo una política realmente efectiva para sacar a esa población del cielo raso y darle una alternativa más digna. No es una situación nueva. Viene de largo, pero tiene que atajarse.

Siempre he creído en el socialismo como teoría fundamental para cambiar el rumbo de las cosas, especialmente la sociedad como concepto. Cuando en los años 90 comencé en esto del periodismo local recuerdo los inicios del Instituto Municipal de Asuntos Sociales, con Pepe Alvarado a la cabeza siendo alcalde de Cáceres Carlos Sánchez Polo.

No olvido aquella labor socialista que daba sentido a un organismo que poco a poco ha ido alejándose del foco mediático. Sigue allí, sí, en Moctezuma, pero su acción se da tan poco a conocer que parece que no existe. Es cierto que sus funcionarios realizan una gran tarea, que a ella se suman la de Cáritas, organizaciones no gubernamentales, la Red de Solidaridad Popular y congregaciones religiosas, pero una sola persona sin techo en una ciudad siempre será un fracaso.

No estaría mal que además de hablar con el lenguaje de las redes: ese que resume las ideas en 30 caracteres, nuestros políticos echaran una vista atrás, esta vez sí para coger impulso y situarse en los 90, década en la que Cáceres vivió su mayor revolución, solo conocida anteriormente con la aparición de las minas de Aldea Moret en el siglo XIX. Desde entonces, desde los 90, la capital cacereña nunca ha vuelto a vivir un desarrollo económico de esa dimensión. A partir de ahí todo fue caer.

Los centros comerciales

Con los 90 llegaron los hipermercados, el baloncesto, el Womad, el crecimiento urbanístico, el apogeo de la universidad, la construcción del hotel Barceló V Centenario, referente de la modernidad y del turismo como fuente de riqueza. Cáceres Capital Cultural de Extremadura se posicionó en el mapa de los actos conmemorativos del Descubrimiento de América y se le supo sacar tajada a toda esa eclosión con una buena gestión municipal.

1993 fue precisamente el año en que nació el Centro Comercial Ruta de la Plata, que marcó, en gran medida, el crecimiento urbanístico de nuestra capital. Impulsado por el Grupo Deico, por medio de su Sociedad Desarrollo Comercial de Cáceres SA y situado en el noreste de la capital, en el polígono Cabezarrubia, fue el primer centro comercial de Extremadura, con una inversión que superó los 5.500 millones de pesetas, y que se perfiló como un lugar de encuentro, de compras y reunión.

El Ruta de la Plata se inauguró el 18 de mayo de 1993 en medio de una gran expectación. 800 personas aguardaron su apertura y protagonizaron una carrera a su interior en el momento en el que a las diez de la mañana abrió sus puertas. Entre los primeros clientes estaban Alberto Galapero, que entonces era un estudiante que aseguraba: «está chulísimo y es una cosa grande y guay», o Catalina González, ama de casa que lo definió como «una auténtica maravilla», o Luisa Durán, también ama de casa, que decía: «Esto es lo que necesitábamos hace tiempo en la ciudad».

Ahora ese centro comercial se ha renovado y su resultado es realmente espectacular. Ha logrado convertirse nuevamente y en pocos días en el referente de los cacereños por excelencia, a falta de otras alternativas, claro, esas que tanto precisa la ciudad cara al ocio, especialmente de los más jóvenes.

Sigue habiendo muchos ciudadanos que aún teniendo un trabajo son pobres de solemnidad. Existe pobreza urbana, exclusión social y merma de los derechos laborales. Cuando una persona termina en la calle es que han fallado muchas cosas. Falló el sistema de protección social, el sistema de garantías de rentas, ha fallado la garantía al derecho a la vivienda, ha fallado todo. Y también han fallado los Servicios Sociales. Por eso la creación de riqueza supone, siempre, el impulso del empleo. Por favor, que vengan muchos centros comerciales más, y empresas e industrias que llenen nuestros cajeros de ahorros y no de expulsados de un sistema que solo buscan el tierno abrazo que los saque del terror.