Salgo de casa y me encuentro con el periodista Paco Mangut y Juan Burgos, el padre de Burgos el que fue fotógrafo del Extremadura. Ha sido una alegría para el cuerpo. La calle recobraba parte de su nueva normalidad, aunque hasta que no abra Todolibros no seremos realmente felices. Al menos las peluquerías han permitido dar un respiro y han teñido cabellos canos, barbas de siete semanas de encierro y han rociado el cuello de perfumes con olor a Nenuco que parecían olvidados en el cajón de nuestro atascado olfato.

Ha llegado la alergía con sus estornudos y sus ojos llorosos, su moquera constante y el Ibis en el bolsillo, esa pastillita que hay que tomar una hora antes del desayuno y que ayuda a hacer más llevaderos los efectos de la primavera.

En los jardines, los de la brigada municipal podan como si se acabara el mundo. En realidad el mundo no se había acabado, sino que se había hecho dueño de sí mismo.

Hay menos colas en las grandes superficies, policías repartiendo mascarillas y una polémica absurda en torno a los paseos al santuario alimentada por quienes quieren seguir haciendo política de la catástrofe en los foros de internet. A mí lo que menos me preocupa ahora, sinceramente, es la subida al santuario: me inquieta más otra subida, la del paro, la dificultad de llegar a fin de mes o los nietos que no pueden todavía ir a ver a sus abuelos, aún solos en sus casas.

Ha regresado parte de la normalidad, digo parte porque, qué quieren que les diga: hasta que yo no oiga la megafonía de 'tapizamos sillas, sillones, tresillos, descalzadoras y toda clase de muebles en su propio domicilio..." no estaré satisfecho. Cuando vuelva Tapizados Pilar, entonces todo volverá a ser como antes.