Hace unos días Tomás Martín Tamayo (maestro y escritor, acaba de publicar su última novela ‘El secreto del agua’, 450 páginas), estaba en un bar y escuchó una conversación entre dos tipos. «El niño de Vara ha escrito un libro», decía uno. «Se lo habrá dictado el padre», contestó el otro. Habitual filosofía de un país que tiene como referentes al Lazarillo, que era un ladrón, y al Quijote, que era un tarado; España de espíritu burlón y de alma quieta que diría Machado, donde tan habituales son las ideas fijas, las venganzas, las redenciones, las chanzas en la red, el estereotipo, el «qué se habrá creído este; pero si es un niño de papá, le habrán regalado el aprobado, etece, etece...»

Sí; el hijo de Vara, Guillermo Fernández Martínez, acaba de publicar su ópera prima. Y claro, a priori (¡de qué extrañarnos!) tenía todas las papeletas para ser carne de cañón en la barra de ese y de otros muchos bares. 22 años, en junio acaba la carrera de Periodismo y, para más inri, su padre es el presidente de la Junta. Verdaderamente hay que ser osado para tirarse al barro con tanto cocodrilo. Pero el vástago de Vara tuvo bemoles y anoche estaba en el Ateneo (por cierto, magnífico salón de actos el del Palacio de Camarena) presentando ‘Guillermo Fernández Vara, el desafío del cambio’, un libro editado por Damajuana, de 181 páginas, 8 capítulos, letra amarillenta del 16, donde el hijo repasa ese introspectivo período en el que su padre perdió el gobierno, pasó a la oposición y volvió a saborear la victoria en mayo del año 2015.

Eligió Guillermo hijo para su presentación a Martín Tamayo, que es siempre una garantía, porque Tamayo es hábil y directo orador. Y también sincero. Quiere esto decir que, ante un auditorio casi familiar (acudieron Vara y su esposa y dirigentes socialistas fundamentalmente), le dijo Tamayo sabias verdades al autor de las que, seguro, tomará nota: portada recargada, contraportada horrorosa, errores estructurales y un prólogo de Rubalcaba que no pasará a la historia.

Pero escribir sobre un padre es tarea difícil. Por eso Tamayo destacó la osadía, radiante juventud, frescura, espontaneidad, alma abierta y descaro del autor, que dan como resultado, más que una oda al padre, una obra armónica en su globalidad.

Contrariamente a lo que pueda parecer, el hijo de Vara no lo va a tener fácil. Es cierto que su padre le presta el foco, el altavoz, la voz, la atención... pero llegará un día en que se encontrará solo ante el morlaco y eso, en el mundo de la literatura, es una dura faena. Así que Tamayo le recordó a Guillermo a escritores como Cela, Matute, Delibes... para decirle que la constancia es clave para que el viento sople nuestras velas.

Guillermo Fernández tiene maneras. El libro lo escribió en la clandestinidad, a espaldas de su padre, entonces reflexivo y abstraído por la derrota, y no ha movido una coma. Evidentemente no es objetivo, ¿quién sería objetivo escribiendo sobre su padre? pero es el único que ha tenido acceso a episodios y vivencias que nadie como él conoce. Y eso es lo que diferencia ésta de otras biografías, que Guillermo no ha estado entre bambalinas, ha estado en el centro del escenario personal del presidente, ha entrevistado a amigos y enemigos de su padre (98 horas de grabaciones) y todo ello para afrontar cualquier desafío, también el de la barra del bar, por mediocre que sea.