Tere va retransmitiendo, móvil en mano, cada uno de los momentos de la despedida a la Virgen de la Montaña en Fuente Concejo. Ajusta el dispositivo para que la cámara capte cada instante y va narrando: «ahora la Salve..., mira ahora le están retirando el bastón, ¿lo ves?..., y ahora empieza el Redoble...». Todo más o menos típico, cosas de las nuevas tecnologías; pero quien está al otro lado va siguiendo la procesión desde Alemania, a más de 2.000 kilómetros. «Se la estoy retransmitiendo a mi amiga Guadalupe, que se fue a vivir a Alemania porque aquí su marido no encontraba trabajo y allí sí», explica.

A pocos metros, Noemí Rodríguez, cumple con la tradición que le inculcaron de niña después de varios años sin poder acudir a la cita en Fuente Concejo por motivos laborales. «Soy enfermera, trabajo en Madrid y los hospitales no paran nunca, así que los últimos años no había podido venir», cuenta. Pero este año sí, y recordaba junto a su madre, a su lado, cómo en su infancia, la despedida a la patrona en ese punto era para ella «todo un acontecimiento», que ayer pudo revivir.

Y junto a ellas, decenas de personas acompañaron ayer a la patrona en la despedida de la ciudad tras un intenso novenario, marcado por tercera vez por el propósito de la cofradía de conseguir el sello que reconozca la especial relevancia de la cita y su valoración de la cultura y las tradiciones populares, los elementos que determinan la declaración de las Fiestas de Interés Turístico de Extremadura. «Soy optimista y hemos trabajado poniendo todo el empeño en que se consiga este proyecto, que no es de la cofradía sino de la ciudad», reconocía el mayordomo Joaquín Floriano. De ahí la cantidad de actividades complementarias que se han organizado (exposición de mantos, ruta de la tapa, jornada de frite, concierto...) junto a las habituales del novenario, para lograr los 200 impactos informativos que se requieren para alcanzar la distinción.

palomas blancas/ «Ojalá lo consigan», decía Montaña, que a sus 80 años mantiene la tradición de acompañar a la patrona desde la concatedral hasta Fuente Concejo. Antes subía hasta el santuario y hasta los 75 años cargó en la zona habilitada en El Amparo. «Pero ya me da miedo caerme», reconocía en Fuente Nueva. En esa calle estaba situado, como siempre, uno de los altares que se colocan al paso de la Virgen. El otro, en Mira al Río, fue preparado una vez más por las hermanas Cortijo, que soltaron dos palomas blancas a la llegada de la patrona.

Únicamente faltaron este año a la cita las hermanas de clausura del convento de Santa Clara, que desde el 2013 abrían el portón lateral y cantaban a la patrona mientras los hermanos de carga giraban las andas mirando al convento. Había expectación un año más, pero la escena no se produjo esta vez, según se explicó, por el luto en la congregación por el reciente fallecimiento de una hermana.

La procesión cumplió con todos los ritos que acompañan en el camino de despedida a la Virgen: se giró el paso al desfilar ante el ayuntamiento en señal de respeto a la ciudad y también en San Marquino (la despedida de la ciudad), tras pasar el Amparo (para bendecir a los enfermos de los dos hospitales de la ciudad, que se ven desde ese punto), al llegar a la explanada del santuario, antes de la misa de romeros, y por último para bendecir los campos antes de entrar en el santuario.

El de ayer fue un día espléndido para el paseo de la Virgen de la Montaña las calles de Cáceres en su regreso su santuario de la Sierra de la Mosca; como siempre en el Día de la Madre y como cada año acompañada por las muestras de cariño de la ciudad a «la reina del cielo», «la madre de los cacereños» o la «cacereña bonita».

Para esta jornada, la Virgen lució el manto número 99, de terciopelo rojo, bordado en oro y confeccionado en la casa Bordados Artesanos de Valencia por encargo de la cofradía. Es uno de los mantos que, por sus dimensiones, solamente puede usarse en los desfiles procesionales y desde 1998 es uno de los que luce en la procesión de regreso al santuario, alternándolo habitualmente con el que le regalaron los hermanos de carga en 2003 (un manto de raso color azulina bordado en oro). Cubriendo la cabeza, llevaba la toca dorada tradicional y la corona de diario , que suele llevar en esta procesión porque tiene mejores sistemas de sujeción, lo que permite que no se mueva a pesar de los envites de la jornada romera, especialmente en la arrancada de los hermanos tras la despedida de Fuente Concejo. En cuanto a las joyas, la Virgen lucía únicamente aquellas de las que no se desprende nunca: la medallas de la ciudad, la de la Guardia Civil y el pectoral de plata y ónice donado por el obispo Francisco Cerro, que acompañó a la comitiva tras el paso. 120 hermanos organizados en cuatro turnos de 30 miembros cada uno portaron a hombros las andas.

Sobre las andas de plata repujada iban seis jarrones decorados, como es tradicional, en color blanco; con claveles, rosas y gerberas, a los que se fueron sumando después otros ramos, entre ellos el de rosas blancas que depositó la alcaldesa Elena Nevado tras recuperar el bastón de mando que ha portado la Virgen durante el novenario en la ciudad.

EMOCIÓN/ La de ayer fue una jornada especialmente emocionante para Joaquín Floriano y también para Antonio Fernández Borrella, como mayprdomo y hermano mayor de la cofradía. La directiva culmina su mandato y Floriano no podrá optar a la reelección por la medida que su equipo de gobierno impulsó para limitar a dos los mandatos. «Es la última oportunidad de estar tan cerca de la Virgen. Pero me voy muy orgulloso con el trabajo realizado. Habré acertado o no, pero siempre he trabajado con mucho cariño y respeto a la Virgen», explicaba como despedida. En esa década de trabajo, el equipo de Floriano ha acometido reformas importantes en la cofradía, como la incorporación de las mujeres como hermanas de carga o la restauración del santuario.

Por su parte Antonio Fernández Borrella cumplió ayer por última vez con la tradición de cargar a la Virgen de la Montaña para subirla desde las andas al camarín hasta el próximo año, un privilegio que se reserva al hermano mayor de la cofradía. Es el primero que renuncia voluntariamente a esta designación vitalicia (todos los demás lo mantuvieron hasta que fallecieron) y ayer, con casi 80 años, no ocultaba estar especialmente acongojado por la despedida tras la prorroga de cinco años que se dio a sí mismo para despedirse junto al resto de la directiva. «Ahora seré un hermano más, dispuesto a colaborar en todo lo que me necesiten», decía.