La situación político-social en España está tomando una vertiente peligrosa para la convivencia pacífica. La corrupción política está atentando contra los fundamentos de la democracia. Hay que adentrarse en nuestra Carta Magna y afirmar, sin temor a equivocarnos, que es necesaria una reforma en alguno de sus artículos para adaptarlos al momento social y político de nuestro país.

Hay que partir de una Ley Electoral cuya doctrina principal contemple la directa representación del ciudadano, toda vez que en la actualidad esta representación se hace a través de los partidos políticos, que son los que eligen a los miembros que figuran en las listas electorales. Es a partir de este momento en que "nuestros representantes", protegidos por su partido y una legislación de aforamiento, comienzan una etapa de corruptores y corrompidos, actuaciones delictivas, financiaciones de partidos, redes de malversación, etc.

ES EN ESTA situación de amoralidad cuando los políticos se despreocupan de los problemas de los ciudadanos sin dejar de proteger a lobbys bancarios, verdaderos responsables de la situación de desahucios, suicidios y desesperación de muchos ciudadanos. Es aquí, cuando la acción civil, harta de estos desmanes, comienza a reaccionar con esa figura de acoso que se ha hecho popular como escrache. Somos muchos los que apoyamos estos movimientos sociales; pero ahora bien, no aceptamos bajo ningún concepto ni justificación la pretensión de estos grupos, que pretenden subvertir nuestro sistema democrático. El escrache, en estos momentos, en nuestro país, viene alentado, sin lugar a dudas, por una izquierda que ha perdido sus valores y no se resigna a perder el poder que las urnas le han negado. Apoyamos todo movimiento social que, de forma legal, haga llegar al Parlamento las quejas de los ciudadanos para que sean atendidos por aquellos que eufemísticamente llamamos nuestros representantes.

Nuestro diagnóstico es que, o bien los políticos se toman en serio los problemas sociales, o podemos tener algún reflejo de "la semana trágica de Barcelona, del 25 de julio y 1 de agosto de 1909", cuando los anarquistas se apoderaron de las calles. ¡Dios no lo quiera!