Parece que todo el mundo está buscando un adjetivo lo más contundente posible para descalificar al sistema educativo. Razones no faltan, desde luego, pero no deja de sorprender porque resulta que casi todo lo que tiene que ver con la enseñanza ha mejorado espectacularmente. Los libros son muchísimo más didácticos y amenos. Los profesores están mejor preparados científicamente y han contado con muchas oportunidades para formarse didácticamente.

Los medios de los que se dispone el aula no dejan nada que desear. La accesibilidad del profesorado es manifiesta. El trato que recibe un alumno por parte del profesor es más respetuoso que nunca. Los padres nunca antes han tenido tan abiertas las puertas de los centros educativos y han gozado de tantas oportunidades y ayudas para encauzar la conducta los estudios de sus hijos. Los alumnos disponen de los mejores medios e instrumentos de la historia. Quienes afirman que los alumnos verdad actuales no saben muchas cosas se refieren sin nombrarlas a las cosas que nosotros aprendimos, pero ¿cuántas de ellas eran inútiles? ¿Cuántas están a su alcance sin necesidad de la escuela? ¿Para qué te ha servido conocer la fecha de la Paz de Aquisgram? ¿Cuántas raíces cúbicas has hecho tras salir de la escuela? Quizás convendría aumentar el campo de las responsabilidades y a los ya señalados, el profesorado principalmente, añadir quienes están en los alrededores. No muy lejos. Por ejemplo en los criterios que se siguen para nombrar Ministro de Educación, para lo que al parecer lo mismo sirve un funcionario de turismo que un sociólogo que un letrado; en las estructuras institucionales, inspección, centros de profesores, etc. en las exigencias y compromiso de muchas familias; en los valores que rigen en nuestra sociedad.

Pero antes que nada sería necesario acordar entre todos cuales son los conocimientos, las técnicas, las actitudes, las habilidades y los comportamientos que deben exigirse a cualquier ciudadano y ponernos todos a la tarea con rigurosidad.