El viejo «liberalismo» dieciochesco, tan oportuno y operativo para mover las revoluciones «Liberal - Burguesas» del siglo XVIII y XIX, al demoler los cimientos de las podridas Monarquías absolutas, desarrolló una nueva ideología política aperturista, igualitaria y fraternal que iluminó los caminos de la Humanidad para alcanzar unas metas más amables, abundosas y llenas de esperanza a pueblos que habían vivido subyugados desde el principio de su historia.

Para las minorías revolucionarias que encabezaban los movimientos populares, las palabras «Libertad», «Igualdad» y «Fraternidad» eran diáfanas, claras y unívocas en su significado. Pero cuando estos mismos términos fueron traducidos al lenguaje de la Economía - el «Liberalismo financiero» - a las corrientes crediticias de inversión y especulación dineraria - lo que hoy llamamos «capitalismo»- dedicado a explotar el trabajo ajeno, los «intereses» de los «fondos de inversión» o las necesidades de los demás en provecho propio; las mismas palabras cambiaron de significado, convirtiéndose en términos aleatorios, convencionales, casi «líquidos»; como le ocurriría a muchas otras que fueron «remodeladas» por los ideólogos del economicismo, de manera que tampoco significaran siempre lo mismo.

«Libertad» ha sido el vocablo que más entusiasmos despertó en las masas oprimidas del Antiguo Régimen, Con él se abolían las servidumbres, se manumitía a los esclavos y se permitía ejercer sus «derechos civiles», incluso a los más humildes y marginados de la sociedad occidental. Esta misma palabra pasó a ser el «mantra» central para los teóricos del «Liberalismo»: «libertad de mercados», libertad de negocios, libertad de contratación y supresión de toda regulación o legislación social que protegiese estos mismos derechos, frente al «libre albedrío» de inversores, especuladores, acaparadores o defraudadores. Permitiéndoles aniquilar la libertad de los demás en provecho propio; mediante «negocios» engañosos - los que se explicitaban con «letra pequeña»; fraudes fiscales, estafas bancarias o especulaciones abusivas, permitidas por la falta de leyes justas.

La palabra «igualdad» fue también pronunciada, aceptada y repetida por las masas revolucionarias, casi como una jaculatoria de la Justicia Social: «Todos somos iguales ante la Ley, nacemos iguales y tenemos los mismos derechos». Los economistas liberales también la dieron otro significado que retorcía bastante su primitiva acepción. Sólo eran «iguales» aquellos que poseyeran los mismos bienes patrimoniales; o que en sus negocios obtuvieran los mismos réditos y beneficios. Marcando una línea bien gruesa entre las élites propietarias, latifundistas, inversoras, bancarias o especuladoras; - que eran los únicos que, según ellos, creaban riqueza y puestos de trabajo. Y «desiguales» las clases bajas de obreros, trabajadores y servidores; que dependían totalmente de aquellas.

Finalmente, la palabra «justicia» se redujo a la abolición de todas las leyes y normas que no protegiesen el «derecho de propiedad» individual; que no permitiesen la «libre iniciativa» para emprender negocios sin fronteras ni aduanas, o que no disminuyera las cargas fiscales y las garantías de bienestar que los Estados deberían dar a sus ciudadanos.

Esta misma «elasticidad» de los términos que conducían las revoluciones, perjudicó a otras palabras; que al no poder ser «remodeladas» según los intereses del «capital», desaparecieron de los diccionarios liberales y de los grandes negocios de los «emprendedores», «inversores» y «fondos buitre»; tan prolíficos y protegidos en la actual economía. Tales palabras, que ya no aparecen en contratos, acuerdos ni planificaciones sociales, son «caridad», «solidaridad», «moderación» y «justicia»; que han quedado constreñidas a los pequeños debates de la izquierda social, o a las homilías de los púlpitos, donde se repiten sin demasiada convicción ni entusiasmo.