Seguimos nuestro periplo eterno y giramos la Calle Orellana hacia la izquierda, en la parte superior de la Cuesta de Aldana. El espectáculo merece la pena, la estrecha calleja, el sabor de las construcciones de la parte derecha de la misma con la visión de fondo de la Calle Olmos. Es una verdadera maravilla, especialmente porque aquí podemos imaginar el original trazado de las calles de intramuros en el período musulmán, espacios angostos, sinuosos, traídos de aquellas tierras meridionales norafricanas en las que las calles deben reducirse al mínimo para soportar los rigores del calor. En gran medida el actual plano de la ciudad monumental puede responder a esos parámetros, pero, ciertamente las pruebas y las hipótesis que de él tenemos hacen más pensar acerca de la supervivencia del trazado medieval cristiano, aunque unas calles desaparecieran y otros espacios fueran profundamente reformados.

Si hay una construcción que casi cualquier cacereño puede reconocer a primera vista ésa es la Casa Mudéjar, un misterio, una joya, un enigma de cómo pudo pervivir o ser levantado ese tipo de construcción en medio de un mar de arquitectura señorial cristiana. Ríos de tinta han corrido sobre el tema, pero nadie ha sabido dar con una respuesta precisa y concreta. Quizá mejor así, a veces lo imaginado tiene más encanto y fascinación que lo vivido, aunque lo vivido y sentido no puede compararse a lo imaginado. En cualquier caso (y perdónenme la divagación, a la que tan aficionado soy, quizá por exceso de lectura de Rubén Darío en mi adolescencia) el resultado es fascinante.

Alternancia de mampostería y ladrillo visto, en un juego de enorme plasticidad y evocación orientalizante en el que se enmarca la ventana geminada mejor ubicada de todo Cáceres. Como aquí en ningún sitio, por mejores trazas o fábricas que otras puedan tener. El ladrillo, el mortero, elementos profundamente cacereños, son símbolos de esta tierra y de una de sus mayores riquezas, la cal, procedente de nuestro calerizo, el que atrajo a nuestros lejanos ancestros por sus grutas, abrigos y acumulación acuífera, y los mantuvo aquí, y les dio material para levantar casas, enjalbegar paredes, y trabajo para subsistir a unos y riquezas a otros pocos.

Cáceres le debe tanto a la cal, a la morena y a la blanca, y qué poca importancia le damos. Con aquellos ladrillos se siguieron durante siglo perpetuando formas y usos constructivos heredados de los árabes, quienes, a su vez, las heredaron de los romanos y su opus lateritium , resucitado en el renacimiento, que aquí --exceptuando algunos palacios-- tuvo poca fortuna, tal vez por la pobreza material del material frente a la noble cantería.

Si su origen es un misterio, su datación es otro. Ha sido fechada en diversas centurias desde el siglo X hasta el XV, e igualmente son muy variables las hipótesis sobre sus constructores. En el XVI sabemos que pertenecía a Pedro Alonso Golfín, hijo de los Señores de Torre Arias, Hernán Pérez Golfín e Isabel de la Cerda (señora con apellido de ésos que tanto le gustan a mi querido compañero Alonso de la Torre). En ella además vivió el conquistador Francisco Hernández Girón, que se enfrentó a su vecino Lorenzo de Aldana en las luchas entre el Virrey Blasco Núñez Vela y Gonzalo Pizarro. Qué sino el nuestro: los cacereños, hasta en el Perú, tenemos que pelearnos entre nosotros, si no, no estamos tranquilos. Cuántos siglos nos está costando superar las banderías.

Siglos más tarde era propiedad de los Ulloa, Señores de Pajarillas y hoy está explotado por el mismo pub que ocupa la Casa de Aldana, siendo especialmente conocido por sus conciertos nocturnos, a los que, por cierto, suelo acudir. Si el que nace noctámbulo, buenas ganas... Aprovechen y vean los robustos arcos fajones de medio punto. Junto a ella se encuentra un gótico solar de Ulloa con ventana de medio punto y escudo protegido por un alfiz corrido, hoy integrada en ella. Por bajo, la Casa de los Acosta, pequeña, sin pretensiones, pero cuya mayor curiosidad radica en su macabro blasón parlante: de plata, seis costillas de sable.

Nos despedimos de la Casa Mudéjar, ese estilo propio español, usado en construcciones civiles, religiosas, militares, mezcla y fusión de culturas mediterráneas que dio obras imprescindibles desde el doscientos hasta bien entrado el quinientos, cuyos usos constructivos se han perpetuado en la arquitectura popular a través de bóvedas y arcos. Misterios rodean a la construcción, quizá para siempre indescifrables por ausencia de documentos; misterios que sólo podemos intuir dejándonos atravesar --con espíritu puro-- por las lanzas de sus arcos túmidos, enigmas imperecederos, eternos. Los ladrillos y la mampostería quieren hablarnos, pero ya no sabemos entenderlos, y entre ellos hablan --secreta y eternamente enamorados- con un código, misterioso, como ése --sito en la intimidad-- de dos enamorados que sólo ellos saben descifrar.