La churrería Ruiz tiene más candidatos a entrar que de costumbre. Junto a la puerta del local, más minúsculo incluso de lo que parece, se congregan los parroquianos, los que no salvan una mañana sin su chocolate y su manojo de churros, y los que este jueves, atraídos por la novedad o por la corona, se asomaron a la plaza y se animaron a ganar tiempo con un café en la mano. La visita real al barrio de la capital cacereña con motivo de la inauguración del nuevo museo Helga de Alvear generó expectación entre los vecinos y curiosos y a lo largo de la mañana de ayer concentró a una multitud en las inmediaciones del nuevo edificio, visiblemente blindadas con un gran despliegue de seguridad.

Ni las intimidantes patrullas de policía, que desde la madrugada controlaban el perímetro de la zona ni la amenaza de las nubes que amanecieron con expectativas de lluvia pudieron con el arrojo de Isabel Romero y Ascensión Gómez. Desde primera hora reservaban el mejor de los sitios, frente a la churrería, el mejor orientado para que cuando Sus majestades hicieran su aparición pudieran saludarles al detalle. Ambas se confiesan admiradoras de la corona y se deshacen en elogios hacia los monarcas. «Es un privilegio que vengan a la ciudad y hemos venido a saludarles», sostiene una de ellas. Una de ellas reconoce que no es la primera vez que puede admirarle en las distancias cortas. En una visita anterior también formó parte de la comitiva que le manifestó su apoyo. ¿La razón?. «Está muy preparado y es guapísimo». El mismo argumento se repite en la hilera. «Y es alto», añaden. «Es más alto de cerca», apostillan.

Con el paso de los minutos aumenta considerablemente la compañía para Isabel y Ascensión. Algunos incluso acuden cargados con banderas de España que despliegan en la barrera. Hay quien aprovecha para repartir folletos para defender que ‘La cruz no se toca’. Los frenéticos --y breves-- aplausos a la llegada del coche de Casa Real y las consignas de «¡Viva el rey!» dejan paso a otras dos horas de silencio y espera. Las nubes se apartan tímidamente y la multitud se duplica al mismo ritmo que los que piensan en el café caliente de la churrería.