Aunque haya pasado desapercibido tenemos la buena noticia de que el señor Sena continúa en el puesto de fiscal jefe en Extremadura. Como nunca llueve a gusto de todos, es probable que algunos hubieran preferido un nuevo fiscal, aunque dudo mucho que hubiera sido para mejor. La contestación que han tenido algunas de sus decisiones quizás le aconsejaran plantearse un cambio de aires en algún momento, no tanto por la agudeza de las críticas cuanto por las infundadas sospechas que se escondían tras ellas o las lamentables hipótesis en las que se basaban. El gobierno también lo había preferido, pues según mis noticias le tenía destinado a mayores empresas, que ha rechazado en nombre del compañerismo, el honor de la fiscalía y la defensa de la independencia de la justicia.

A mí, una persona que rechaza prebendas, ambicionadas por muchos de sus compañeros, en nombre de tan sagrados valores y que por esa actitud se enfrenta al poder, no sólo me conmueve sino que me sirve de ejemplo y de motivo para resaltarlo ante la opinión pública. Y no es que esté obligado a pagar algún favor o le deba agradecimiento por alguna actuación oficial o personal, pues hubiera querido que interviniera más activamente en los ruidos y el botellón , en los desmanes de las viviendas y las concesiones.

La tarea de un fiscal no es nada fácil. Actuar como defensor del derecho en nombre del Estado, es decir, de la justicia del pueblo, sin contaminarse, exige mucha finura. Convencer al poder de que no es un defensor de sus decisiones a priori parece imposible en aquellos casos en los que el poder pretende tener lacayos y se siente agredido si las decisiones no van en su misma dirección. O sea, cuando el gobierno, o sus sucedáneos, identifican gobierno y Estado. O gobierno y derecho.