Así, parafraseando el título de la novela de Françoise Sagan, es como ha amanecido este día del nuevo horario. A veces pienso que el 1 de noviembre no debería ser festivo. De esa manera, los quehaceres diarios mantendrían los sentimientos ocupados y la tristeza, preciosa palabra en su forma tan castellana, no ocuparía tanto nuestros pensamientos. Con esa forma de ser tan nuestra, tan sufridora, hemos designado un día para recordar y honrar a los seres queridos que ya no están, como si no los recordáramos cada minuto de cada día, como si el dolor fuera más soportable por el mero hecho de asignarles una fecha. Pues bien, no desaproveche usted la oportunidad que le brinda el calendario y reivindique el papel de nuestros mayores, que bien merece la pena.

No hace mucho tiempo, escuché de labios de un hombre sabio un aserto que quiero dejar hoy aquí: los niños tienen que hablar con sus mayores, tienen que ir al pueblo (una de las carencias más terribles de la vida moderna es no tener un pueblo, aunque sea para honrar a tus mayores) y escuchar a los abuelos. En ningún sitio encontrarán tanta sabiduría, tanto cariño y tantos buenos consejos de manera tan generosa y tan poco interesada.

Así que, en contra de esas corrientes proteccionistas que quieren apartar a los más pequeños de las realidades inevitables, lleve usted hoy a sus hijos a hablar con los abuelos, aunque ya no estén. Y verá como solo encontrarán paz, sabiduría y ternura.

Hábleles de ellos, de todo lo que hicieron por los suyos y de que solo el justo recuerdo libra del injusto olvido. No sé qué pensará usted, pero en esta época en la que los mayores son cuasi despreciados, e incluso algunos ‘rufianes’ pretenden que su voto no valga igual, es obligatorio reivindicar determinados principios que tienen más que ver con la justicia que con las ideas, más con la supervivencia que con el oportunismo.

Así que, no sea perezoso, prepare los recuerdos, póngales orden y cuente todo a los que vienen detrás, aunque solo sea para que los valores y los principios que van adjuntos encuentren su sitio, y el odio -un lugar en el que llueve y llueve y siempre hace frío- no sea capaz de asentarse. De todo esto sabían mucho nuestros mayores; y aunque solo sea por intentar una sociedad más libre, más digna y más justa, merece la pena intentarlo. Yo lo hago todos los días del año; también hoy. ¿Y usted?. H