Cuando era pequeño, sus amigos del pueblo siempre le decían que si algún día se convertía en guardia civil, ETA acabaría matándolo. José María González Garrido cumplió su sueño: se hizo guardia civil. Afortunadamente, ETA no cumplió con su objetivo y hoy vive para contarlo.

El atentado que le dejó sin una pierna se produjo el 20 de enero del año 1986 en el trayecto que va de Pasajes a Oyarzun, donde se encontraba su puesto de trabajo. Aquella madrugada, los etarras ametrallaron y lanzaron granadas contra los dos vehículos del convoy. El coche de delante no quedó afectado, pero al suyo le dieron de lleno.

Una de las metrallas causó heridas en la cara al compañero que conducía. A José María, le amputaron la pierna. Sólo tenía 22 años. "Eran las seis y media de la madrugada. Sentimos una ráfaga de metralletas y no nos dio tiempo a nada --explica con serenidad--. Salimos del coche, nos tumbamos en el suelo y comenzamos a lanzar disparos al aire en señal de auxilio. Enseguida me di cuenta de que mi pierna estaba colgada por un trozo de tela. Poco después llegó la ambulancia".

Ahora lleva una vida tranquila. Está casado, su mujer estudia y tienen una niña de 6 años, a la que cuida con cariño. Es miembro de la Asociación Víctimas del Terrorismo y en ocasiones ha vuelto a Navarra porque un hermano suyo está allí destinado.

La postura de José María frente a ETA es muy clara: "Son unos asesinos. No tienen otro nombre". Cree difícil la solución al conflicto: "Si ellos no dan un paso adelante, lo veo muy complicado". Hijo de guardia civil, González Garrido fue otro de los destinados forzosos al País Vasco: "Sabes que está el peligro, pero nunca esperas que pueda sucederte a ti".