Estamos en Olimpia, a orillas del río Alfeo, en la península griega del Peloponeso, concretamente en el año 776 antes del nacimiento de Jesús. Los griegos se disponen a celebrar los Juegos Olímpicos, y a inaugurar después su primera Olimpiada, que durará cuatros años hasta los próximos juegos. Si hacemos cuentas podemos deducir fácilmente en que Olimpiada nos encontramos, porque los últimos han terminado hace ‘cuatro días’.

Cuando los enemigos persas llegaron a las costas griegas y preguntaron qué estaban haciendo los griegos, se extrañaron mucho que al vencedor se le concediera una corona de olivo, y preguntaban asombrados a sus jefes «¿Contra qué clase de gente nos has traído a combatir, que no compiten por dinero, sino por amor propio?».

Ciertamente que los Juegos han cambiado mucho, no puede ser de otra manera. ¡Han pasado más de 2.500 años de los primeros! Esos cinco anillos entrelazados quieren significar que durante quince días todos los países del mundo por encima de lo que nos divide (color, sexo, religión, modos de pensar, ideologías…) son capaces de competir por ser los primeros, respetando las normas y, sobre todo, respetando al rival.

Ni incluso esta realidad tan ejemplar se libra de la presencia de los tramposos, son aquellos que utilizando sustancias prohibidas quieren mejorar su rendimiento de una forma poco edificante. Ejemplos hay muchos, sin duda demasiados y conocidos por todos.

En una cosa que hemos mejorado la idea primera de los griegos es en la realización de los conocidos como Juegos Paralímpicos, donde personas con una determinada minusvalía son capaces de lograr resultados asombrosos. Qué ejemplo de superación y de cómo la voluntad humana por mejorar, es capaz de lograr metas que nos parecen inalcanzables. Un BRAVO muy grande para todos ellos.

No me digáis que es verdad que si los juegos olímpicos no existieran habría que inventarlos. El espíritu de los mismos es algo que deberíamos mantenerlo durante más de quince días, pero no sé si podemos.

Apoyemos todo lo que significa juego limpio, todo lo que favorezca el abrazo y el encuentro, todo lo que lleva consigo esfuerzo y sacrificio por llegar a hacerlo mejor; consideremos al que tenemos enfrente no un enemigo al que tengo que eliminar, sino alguien al que necesito porque me ayuda a superarme y a consolidar mis argumentos para que por lo menos sean tan convincentes como los suyos.

¡Buen curso a todos!