Juntos contra la pobreza’. Este es el lema que ha elegido la ONU para la celebración de este día internacional para la erradicación de la pobreza que cada 17 de octubre se celebra desde 1993. Esta organización nos recuerda que aún hay 836 millones de personas que viven en situación de pobreza extrema y que una de cada cinco personas que viven en las regiones en desarrollo lo hacen con menos de 1,25 dólares al día. Y hace unos días la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social publicó que en Extremadura unas 72.000 personas sufren pobreza extrema.

Cuando la economía y las finanzas lo dominan todo, incluso la política, el panorama se vuelve sombrío porque la voz de los más pobres no es escuchada. Y es que este gran mercado en el que se ha convertido el planeta de por sí no tiene sensibilidad solidaria. Haría falta una política a escala mundial que regulara la economía y la pusiera al servicio del bien común. Pero estamos muy lejos de ello. Este sistema que venimos llamando globalización, de corte neoliberal, crea riqueza pero difícilmente la reparte.

Mijaíl Gorbachov, impulsor de la perestroika que acarrearía los cambios en la antigua URSS, afirmó que «la globalización debe tener rostro humano». Se precisa un nuevo orden económico internacional fundado y regulado por la ONU que sepa luchar decididamente contra la pobreza y el atraso de los países del Sur. La globalización económica debe ir acompañada de una globalización social y solidaria, de lo contrario los países ricos serán cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. La globalización, entendida como un nuevo cosmopolitismo, es muy positiva; nos hace a todos interdependientes, pero interdependencia no es igual a solidaridad. Precisamente, cuando la interdependencia se da sin solidaridad resulta tremendamente cruel. Solo la globalización de la solidaridad puede salvar el mundo. Y es que no hay estabilidad posible si dos terceras partes del mundo todavía se debaten en la miseria más espantosa.