Le monde marche par lui même». Esta sonora máxima ideológica se atribuye a un destacado pensador francés de la Corte de Luis XV, llamado Françoise Quesnay, a quien podemos considerar el inventor de la teoría, «fisiocrática» que tanto influyó en el pensamiento económico posterior - completado por el liberalismo de Adam Smith -y de gran parte de las medidas «capitalistas» que hoy rigen en la mayoría de las grandes potencias.

Teorías y formulaciones sociales, culturales y educacionales que él dedujo de los métodos de la medicina. Ya queQuesnay fue uno de los más prestigiosos «galenos» de la Corte francesa de Versalles; que en el siglo XVIII basaba sus conocimientos en la utilización terapéutica de hojas, flores, cortezas y raíces de árboles y arbustos, procesadas según métodos naturales, sin apenas manipulación humana, para curar o paliar enfermedades y contagios, de los que apenas se había investigado nada. Pues, en definitiva, tanto para los métodos sanitarios, como para los sociales y económicos, lo que venía a establecer la «fisiocracia», como «dogma» crucial, era que nadie debería intervenir en los ciclos creativos naturales,ni cambiarlos o modificarlos; pues cambiarían sus cualidades y resultados. El cuerpo humano, en el que se producen los trastornos y padecimientos patológicos, produce también - de forma natural - los remedios para curarlos, con una pequeña ayuda biológica o botánica.

Igualmente, en la vida social, todos los individuos deberían hacer lo que cada uno de ellos intuyan como lo mejor de sus opciones, con toda libertad; sin leyes ni normas que coarten esta libertad, para conseguir los fines y beneficios que se propongan como metas. Podríamos decir que para Quesnay y para todos los pensadores liberales, las normas únicas y definitivas de la sociedad humana deberán ser como las «leyes de la selva»; en las que cada individuo, cada especie y cada colectivo hacen lo que les dictan sus instintos y su fuerza; sin tener en cuenta ninguna otra consideración moral, ética o religiosa que «recorte» las libertades naturales o las expectativas de ganancia. Estas «leyes de la selva» son fáciles de entender y de establecer: «Los más fuertes y afortunados tienen todos los derechos para servirse de los recursos naturales disponibles; bien sea matando a otros seres más débiles e indefensos como alimento, o someterlos y arrebatarles sus presas o refugios; a menos que estén en lugares inaccesibles para sus explotadores.

Esta «ley natural» conlleva un «Derecho Natural» que, a su vez, se identifica con el viejo y obsoleto «Derecho Divino» tan defendido por los antiguos teólogos. Incluso por los de la conocida «Escuela de Salamanca». Entre el «derecho natural»- eterno e inmodificable - y el «derecho positivo» - que son las leyes escritas y promulgadas - hay una notable diferencia. El «derecho natural» es anterior y superior al «positivo»; pues se basa en la naturaleza misma de los seres creados; entre ellos, del hombre. Y, por tanto, ninguna disposición legal hecha por el legislador puede contradecirle o sobreponerse a ella. Con lo que toda institución deberá abstenerse de promulgar nuevas normas o reglamentos, que atenten contra la «libertad» de escoger, que solo tienen los individuos.

En cierta forma, estas doctrinas ya habían nacido en el seno del protestantismo, en los escritos de Jean Calvin -»Calvino»- o del propio Lutero: Los triunfadores, los que hacen crecer sus negocios y rentas, es porque están «predestinados» por Dios a la salvación eterna. Los demás tendrán que hacer méritos para «salvarse». Los jesuitas subrayaban: «La ciencia más acendrada, es que el hombre en gracia acabe. Que al final de la jornada, aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada». Raíz y núcleo de la doctrina cristiana.

*Catedrático