La economía es una disciplina social y cooperativa tan vieja como el hombre; pues era la que le daba las normas para ordenar, proveer y gobernar su casa, consiguiendo con ello más comodidad, mejores y más abundantes suministros de alimentos; así como la posibilidad de intercambiar los sobrantes con los clanes o tribus vecinas; ayudándose así unos a otros en los momentos de escasez de caza o de catástrofes naturales en los entornos de sus viviendas.

Los griegos le pusieron un sugerente nombre pero sin crear las elucubraciones, disquisiciones, teorías y enredos que después -ya en el siglo XVIII - la fueron configurando como una compleja arma de poder, que iba a dominar nuestras vidas, determinar nuestras acciones y provocar terrores y maleficios entre las gentes que no entendiesen la lógica de dominio de los que la imponían y manipulaban.

Los fundamentos de su primitiva teoría son, no obstante, bastante simples: Los individuos o las familias crean riqueza con los elementos gratuitos y abundantes que nos ofrece la naturaleza; a los que transforman en aprovechables con su esfuerzo y trabajo; sirviéndose de ciertos instrumentos o herramientas que labran ellos mismos; o bien intercambiando objetos, y ofreciéndolos a quienes carezcan de ellos. La actividad económica sirve, pues, para generar riquezas: alimentos, instrumentos, ropas de abrigo, adornos, aparejos o muebles, etc. Y decimos «generar riquezas» porque todos estos elementos son mucho más útiles después del proceso económico - creativo, laboral o comercial - que cuando solamente eran piedras, pieles, maderos o arcillas.

Es decir, se les ha incorporado - mediante el trabajo - «valor» y «utilidad», para colmar nuestras necesidades y deseos. Lo que en términos económicos conocemos como «plusvalía»; que constituye la verdadera riqueza de quien los posee.

¿Cómo se crean, pues, las “plusvalías”? ¿ Quién tiene derecho a aprovecharse de ellas ?. Ahí está el “quid” de los debates económicos.

La cuestión no es solamente tener disponibles bayas, raíces, frutas o incluso pequeños animales para alimentarlos en el corral de la cabaña y disponer también de sus productos: leche, huevos, piel, carne, grasa, etc. Sino que todas estas tareas exigían el esfuerzo físico de unos trabajadores que supieran hacerlo con esmero y cuidado. También se necesitaban instrumentos, hachas, arados, pértigas, cuencos, etc. que había que hacerlos o adquirirlos a quien los supiera elaborar mejor y con mayores habilidades artesanas.

Y, finalmente, cuando ya los productos y bienes utilizables fueran abundantes - más abundantes en unos sitios que en otros, con distintas características y calidades - también empezaron a ser necesarios otros operarios y cargadores que los acarrearan de acá para allá, distribuyéndolos entre los que más los necesitaran; si bien, mediante compensaciones o trueques, calculados casi siempre con relación al valor de los ganados: - «pecunia» - que regulaban los intercambios sin perjuicios para unos u otros.

Así todo parece muy sencillo: las gentes sabían qué hacer y cómo hacerlo para cubrir las necesidades de supervivencia. Y esto era la riqueza y el “cimiento” de la Economía; no las inversiones especulativas.