En la ciudad feliz el otoño no entra cuando cae la hoja ni el 21 de septiembre, sino la mañana en que vuelve la doble fila a la avenida de Alemania, el atasco a Cánovas y la falta de aparcamiento a todo el centro. O sea, hoy. Ya es uno de septiembre, ya está aquí el caos.

El cacereño, de veraneo, se transforma: monta en bicicleta, utiliza el transporte público, camina. Pero en cuanto regresa a casa, se le aparecen todos los demonios y se olvida de las buenas costumbres vacacionales. En la ciudad feliz , el bus urbano es vulgar, la bicicleta se asocia a los albañiles que construían el Carneril y la Vespa nos recuerda a un sucedáneo del 600 que tuvimos en los 60.

Florencia o Amsterdam

Cuando visitamos Florencia, nos sorprenden los aparcamientos inmensos para scooters . Y en Amsterdam, Copenhague, Malmoe o Munster, ciudades europeas donde el 35% de los ciudadanos usa la bicicleta para desplazarse, nos maravillamos ante tan civilizado transporte y soñamos con una ciudad feliz ciclista o motociclista.

Pero en cuanto regresamos a casa, nos olvidamos de los buenos propósitos y volvemos a las andadas. Es decir: el coche para todo, el estacionamiento en doble fila y la aversión a los párkings públicos. De veraneo, estacionamos sin problema en aparcamientos subterráneos que llegan a cobrarnos dos euros por cada hora, pero en Cáceres damos mil vueltas con tal de no pagar, a pesar de que ya hemos comprobado que Obispo Galarza es baratísimo.

Muchos ciudadanos explican que ellos no aparcan en Galarza porque el párking lo ha hecho don fulanito y porque todos los caminos te llevan hasta allí. Lo de los caminos es verdad, pero lo de su dueño es de traca. ¿Se imaginan a los madrileños o a los ovetenses argumentando que ellos no aparcan en la plaza de España o en Campoamor porque el párking es de don fulanito?

Y así, entre manías y costumbres, ha llegado septiembre con su intensidad de claxons. Y lo peor es que no parece haber solución para el caos. Lo de la bicicleta no es muy buena idea porque ya hemos contado que la ciudad feliz , como Roma y Barcelona, se levanta sobre siete colinas. Pero lo de la motocicleta...

Empiezan a verse por Cáceres damas y caballeros con su traje sastre a lomos de una scooter . En este periódico, varios redactores ejemplares acuden a trabajar en moto. Y hasta la Caja de Extremadura, consciente del problema, oferta a sus clientes unas estupendas bicicletas con motor eléctrico que salen por poco más de 30 euros mensuales. El problema es que en la ciudad feliz todo está pensado para el coche, no hay aparcamientos para motos, hay que dejarlas sobre la acera y, lo que es peor, los mismos que alababan el transporte sobre dos ruedas en Basilea o Delft, en la ciudad feliz consideran a ciclistas y motociclistas como snobs molestos.