En el Aula Clínica del San Pedro de Alcántara solo hay desconsuelo y palabras hermosas para Sara. Hace unas horas que acaba de marcharse y a las seis de la tarde el equipo médico trabaja en la extracción de sus órganos, que servirán para salvar otras vidas. "La familia lo ha decidido así y seguro que ella hubiera querido hacerlo", relata una de sus amigas, la misma que un verano --junto al resto de la pandilla-- viajó hasta San Miguel de Reinante, en Lugo, donde alquilaron una casa. El destino quiso que un día conocieran a Sara, que vivía justo al lado, y desde entonces sellaron una amistad que ya durará eternamente.

"Era... era solidaria, soñadora, comprometida con la sociedad, tolerante...", describe su amiga entre amargos sollozos. Después de aquel verano, hace ahora dos años, Sara llegó al Womad, el festival multiétnico bandera cacereña de la libertad, la solidaridad y el compromiso social, y se quedó para siempre. "Lo dejó todo por Cáceres, se vino de Lugo, vino un Womad y... y se enganchó. La tranquilidad y los amigos la animaron a quedarse".

Con ella le acompañaron sus dos hijos, de 20 y 17 años, que estaban estudiando en la Universidad Laboral. Trabajó como fisioterapeuta en Aldea del Cano y ahora buscaba un nuevo empleo. "Ayer mismo la llamé para decirle que había una oferta de trabajo por internet como fisioterapeuta en Cáceres", recuerda otro de sus amigos, aún conmocionado.

A Sara, que vivía de alquiler en el número 5 de Hernán Cortés, le gustaba mucho pasear. Casi todas las tardes bajaba al parque del Príncipe, Campo Elíseo cacereño que ayer se tiñó inexplicablemente de sangre. Solían acompañarla otras dos amigas, pero el lunes solo fue con Montaña, que trabaja en el hospital Provincial y vive en General Ezponda. Ayer por la tarde, horas después de que le dieran el alta, un grupo de colegas acudieron a casa de Montaña para darle la noticia de que Sara había muerto.

"Esto ha sido un asesinato con todas las de la ley, un energúmeno, por detrás, que se ha puesto encima de ella", relata su amiga, que se abraza a sí misma para contener la pena. Hay mil dedicatorias de amor para Sara, que en boca de los que la querían son toda una sinfonía que amortigua el sufrimiento. "Somos de la panda de heavys de toda la vida de Cáceres, del Berlín, del Poppy...", cuenta otro amigo tras horas en las escalinatas del San Pedro.

En el Aula Clínica hay zumos y tentempiés. Allí, el marido de Sara y su hijo mayor, que estaba con su hermana de vacaciones en Galicia, piden respeto. Sus amigos dicen: "Contad en el periódico cosas bonitas de ella. Con esto queremos rendirle un gran homenaje. Ella apostó por Cáceres y nosotros se lo debemos, quedarnos con sus mejores recuerdos es la manera de mantenerla viva entre nosotros".

Sara será incinerada hoy. Sus cenizas se esparcirán en un rincón de San Miguel "que era muy especial para ella", pero un trozo de su alma seguirá cada año bailando la siempre inolvidable melodía del Womad.