TMte acabo de dar cuenta de que soy una especie en vías de extinción. No soy una tortuga laúd ni un atún rojo pero resulta que, según un estudio publicado por The Guardian, formo parte de ese escaso 13 por ciento de padres que aún siguen cada noche leyéndoles un cuento a sus hijos. El resto de los encuestados por el diario británico confiesan que sólo lo hacen ocasionalmente por falta de tiempo y escaso interés de los niños por los libros. Como dice mi amigo Javi --otra rara avis de padre lector-- ahora me siento como un lince en Monfragüe cuando relato historias en la reserva natural de una habitación infantil iluminada por la lamparita de Superman y Pepa Pig . Quiero pensar que esto es cosa solo de los hijos de la Gran Bretaña y que en esa encuesta no han preguntado a nadie por estos lares porque sería muy triste abandonar un hábito que no sólo crea un vínculo muy especial entre padres e hijos sino que ayuda al desarrollo intelectual de los más pequeños y les proporciona un arma indispensable para el futuro: la imaginación. Sin niños capaces de fantasear no habría adultos que escribieran novelas o guiones de películas, tampoco existirían inventores, investigadores ni emprendedores que intentan revitalizar con un bocadillo gigante de patatera calles olvidadas como Moret o periodistas que cada día se las ingenian para lograr que un periódico como éste consiga ser fiel a su cita con los lectores durante 90 años (enhorabuena por la merecida Medalla de la Ciudad).

Dicho todo esto, tampoco se piensen que por leer un cuento todas las noches a sus retoños van a criar embriones de Premios Nobel. No, esto no funciona así. Yo lo entendí el día que sorprendí a mi hijo de seis años cuando les espetaba a sus hermanos: "no entiendo por qué queréis ser futbolistas, yo de mayor lo que quiero es trabajar en el Intermarché". No crean que se trata de una fiesta ibicenca, simplemente es el nombre de un supermercado portugués. Cosas de un verano transfronterizo.

Igualmente podía haber dicho que quería trabajar en Tambo o en Mostazo, el caso es que de momento le interesa más reponer estanterías que ser un as del balón. Da igual, yo sigo leyendo sentada en sus camas para darles una herramienta con la que imaginar su futuro y reinventarse cuando las cosas no les salgan bien.