Eran los años 70 y, a diferencia de lo que sucede --cada vez más-- en esta época, los niños de Las Trescientas se divertían en la calle. Desde que salía el sol hasta que se iba. Jugaban a las canicas, 'repartían' sardinetas, "que se te pelaba el brazo como te dieran bien", y a la billarda. "Se jugaba con un palo al que le hacíamos un pico en un extremo y un chaflán al otro. Lo ponías en el suelo y con una tabla tenías que darle a uno de los picos. El palo saltaba para arriba y lo golpeabas con la tabla para que otro niño lo persiguiera. Ahora, si te daba en la cabeza te dejaba bonito", recuerda entre risas José Denche, que echa la vista atrás ahora que está cerca de cumplirse el 50 aniversario del nacimiento de la barriada, cuyas primeras viviendas se entregaron allá por 1966.

Entonces Las Trescientas "era un desierto", menciona Julia García, de la Multitienda Risto. Ella se mudó al barrio con siete años. Venían de casa de su abuela, donde vivían "ocho personas en una habitación" de una vivienda que se encontraba junto a la plaza de Toros. "Cuando llegamos aquí solo existían Las Trescientas y la avenida de la Hispanidad. No había nada más alrededor, ni pisos ni nada", recuerda.

Los patios de esas primeras casas estaban sin asfaltar, no había farolas en la vía pública y la plaza de la Fe tan solo contaba con dos bancos de piedra, colocados uno a cada extremo. "Existía un comercio donde ahora está la sede vecinal y una frutería que hoy en día es una casa", apunta José, que llegó con cinco años a Las Trescientas junto con sus padres, sus abuelos y sus ocho hermanos. Eran 13.

Más tarde, se puso en marcha una churrería y los vecinos pasaban el rato entre dos bares, el de Flori y el de Chato. "También hicieron una biblioteca donde ahora está el bar de la sede vecinal", añade José, que nunca se olvidará del accidente que sufrió uno de sus amigos. "Empezaron a construir unos bloques y los dejaron en esqueleto. Eramos niños, nos subimos en la estructura y el hermano de Julia se cayó desde el séptimo piso. Se partió las piernas pero se recuperó totalmente", cuenta.

Clase obrera

Las Trescientas siempre ha sido un barrio de clase obrera, donde vivían familias humildes, y numerosas en su mayoría, que supieron ser felices con lo que tenían. Eduardo nació en la barriada en 1972 y ya casi nada es como era. "Ha cambiado muchísimo, había más zonas verdes, una fuente...". Ahora ya no vive allí, pero recuerda con cariño aquellos años. "No hemos pasado hambre gracias a Dios; hemos sido felices", remarca.

En su casa eran 10: sus siete hermanos, sus padres y él. El día a día jamás permitía lugar al aburrimiento. "Teníamos un cuarto de baño, y chiquitito, para todos", recuerda. "Cuando se iban mis padres, trabajadores como todos, los siete hermanos --la menor aún no había nacido-- nos quedábamos con mi abuela y nos acostábamos todos en fila en la cama de matrimonio", desvela antes de romper a reír. Por la mañana, comenzaba la lucha. "Algunos nos quedábamos en casa de mi abuela y otros nos íbamos a mi casa porque sabíamos que mis padres estaban acostados y el baño estaba libre. El problema era para ducharte... uno, y otro, y otro, y otro...".

La convivencia en Las Trescientas era cómo las de aquella época. Las puertas de las casas no se cerraban. Muchos vecinos no olvidan a Emilio Vivas, quien "levantó todo el ambiente en el barrio" tras fundar la Asociación Municipal Pensionista La Bondad, donde todavía de la pared cuelga su foto enmarcada, apunta Eulalia Espada, que llegó a Las Trescientas con 32 años. Ahora tiene 80. "En la asociación hacíamos migas, bailes vestidas de campuza, de majorette...".

Eran otros tiempos. Hoy en Las Trescientas ya no quedan muchos de los que allí nacieron, ni muchos de los que vieron nacer al barrio. Por eso, momentos como el pequeño homenaje que se le brindó a las madres esta semana refuerzan la vinculación de los vecinos con su barriada. "Fíjate cómo tira Las Trescientas, que todos mis hermanos, menos una que está en Suiza, se fueron pero viven a no más de 150 metros de casa de mis padres", subraya Eduardo, uno de los que nunca perderá sus raíces.