El pasado fin de semana se ha celebrado en Cáceres Multicáceres. Es decir, la feria que pone en público la situación del mundo empresarial de nuestra ciudad. No sé cómo se le habrá quedado el cuerpo a los demás, pero el mío está un poco chungo. Porque lo último que espera uno de una feria empresarial es que le vendan un colchón o un piso, que le suscriban a un periódico pacense, que le ofrezcan pipas de girasol peladas o que le hagan publicidad para las Fuerzas Armadas.

Quiero creer que no estaban todos los que son. Porque si eso es lo único de lo que podemos presumir mejor es que comencemos a proyectar. Y no es que los presentes no tengan su mérito, ni que no tengan detrás de sí un esfuerzo encomiable, ni que deban ser despreciados. Cada uno de ellos tendrá una historia personal que probablemente indicará el trabajo que le ha costado llegar hasta allí y por lo tanto son ejemplares y dignos de reconocimiento. Pero si eso es todo no se ve el final del túnel. Es decir, no tenemos un futuro muy halagüeño.

Más de cuarenta mil personas la hemos visitado. La mayoría de ellas habrán salido muy satisfechas pues sus expectativas se han visto cumplidas. O sea, le han regalado varios bolígrafos, uno interminable, ha recibido varios mecheros, caramelos a discreción, un globito para los nenes y se lleva una bolsa llena de papeles que no leerá. Por si fuera poco, han devorado gratuitamente un plato de retinto con su vasito de vino y su quesito de postre. ¿Qué más se le puede pedir a una feria? Quizá café, copa y puro. Es necesario reconocer que estamos en una ciudad muy agradecida. Y además, con una gran visión empresarial. Baste ver que el coste de la entrada se rentabiliza recogiendo todo lo que es gratis, venga bien o mal. Pero sobre todo estamos en una ciudad en la que el personal se conforma con muy poco.