Horacio C. C., único de los seis detenidos por el caso del descuartizado que permanece en prisión, llegó hace un par de años a una vivienda de protección oficial en el número 34 de la calle Larga Baja en Casar de Cáceres. Antes había vivido en otra casa en las proximidades de la charca de este municipio, cuentan sus vecinos, que a mediodía de ayer se mostraban sorprendidos por la detención. "Horacio no haría daño a nadie. No le creo capaz de hacer algo así", afirmaba María, una mujer mayor a la que este argentino contó al llegar a la comunidad que se ganaba la vida como pintor de brocha gorda.

En el edificio, situado en una de las calles más céntricas del municipio a escasos 100 metros del ayuntamiento, Horacio C. C. convive con Sheila, su pareja, y una niña de corta edad. Ayer llevaban tres días sin aparecer por casa y nadie contestaba en la vivienda, situada en la primera planta.

Tampoco nadie sabía responder cómo llegaron a Casar de Cáceres. Ni siquiera Cristian, un joven primo de la mujer, que miraba con recelo a este periodista y daba continuas negativas sobre los motivos que habían llevado a Horacio C. C. y su familia a elegir este municipio como lugar de residencia. "Si no es capaz ni de matar una mosca", repetía el joven, sin querer dar ningún detalle de cómo localizar a su prima Sheila, a pesar de conocer el colegio de Casar al que lleva a su hija o que su marido había trabajado también como albañil.

La noticia de su detención corrió ayer como la pólvora entre los residentes de Larga Baja, que hablaban de este argentino como un tipo "educado y amable" que nunca había tenido ningún problema con el vecindario. A todos les llamaba la atención su cojera y la vida "absolutamente normal" que llevaba con su familia. María Dolores, de un supermercado cercano a su domicilio, también le conocía. "Venía de vez en cuando a comprar una Coca-Cola, unas veces solo y otras con una niña", recordaba esta mujer, al que su cliente nunca le llamó la atención por nada especial.

Un tipo normal

En uno de los bares de la calle Larga Baja, donde a mediodía de ayer un grupo de casareños se tomaban los vinos, la detención de Horacio C. C. pasaba desapercibida. Le conocían de ir a comprar tabaco y poco más, aunque sabían que trabajaba como pintor y apenas le habían tratado.

En la casa de campo donde viven sus suegros, que también fueron arrestados y están en libertad con cargos, tampoco nadie daba ayer señales de vida. En la finca, situada en el paraje Cajujo, junto a la carretera de Arroyo y a cuatro kilómetros de Casar, solo había perros sueltos y una decena de coches que daban al lugar una apariencia de desguace.

Este paraje dispone de parcelas individuales que, en el caso de la de los suegros de Horacio C. C., está rodeada de setos y eucaliptos. La policía halló en esta finca un hacha con restos de sangre que coinciden con el ADN de Luis Guillermo M. B., el colombiano de 48 años mutilado y arrojado al río Almonte. En el Ayuntamiento de Casar de Cáceres también conocían al argentino y su familia. "Nunca han dado ningún problema", aseguraba el alcalde.