Cuando el 14 de marzo de este fatídico 2020 nos encerraron en casa, no sabíamos ni cómo ni cuándo íbamos a salir, cantidad de temores y de incertidumbres circulaban en nuestra mente sin encontrar respuestas que disminuyeran nuestra angustia. Con el paso del tiempo conseguimos ir asumiendo la situación, y con el sentimiento propio ante las noticias que íbamos conociendo pudimos aguantar aquellos dos meses tan catastróficos.

A mediados de mayo respirábamos de nuevo el aire de las calles, pero con una cantidad de restricciones a las que tuvimos que ir acostumbrándonos poco a poco, aceptamos lo que la nueva y trágica realidad nos pedía y quizá creímos demasiado pronto que ya todo estaba pasando y podríamos volver a lo de siempre. ¡Qué equivocados estábamos!

El mes de septiembre se nos presentaba de nuevo con un aumento progresivo de contagios y de muertos que volvió a meternos el miedo en el cuerpo. Es verdad que ya sabíamos más de lo que sabíamos en marzo, pero por lo que se ve no lo suficiente. De nuevo las restricciones, los porcentajes y el toque de queda.

El miedo a la reapertura de los colegios nos tenía a todos en vilo, pero, para los creyentes, gracias a Dios y al esfuerzo de muchos, las previsiones no se cumplieron, y salvo en casos contados la normalidad está siendo la tónica general y que siga.

Pasando el tiempo nos encontramos ya a las puertas de la Navidad, y para un país como el nuestro éstas son palabras mayores. Nuestros políticos han estado dando vueltas a la cuestión y ya han decidido lo que podremos hacer. Las medidas son un claro ejemplo de llamada a la responsabilidad general, porque lo que se dice controlar, muy pocas de ellas podrán ser controladas de forma eficiente.

Que se ponga por encima la responsabilidad personal me parece perfecto, me parece una buena forma de educar, si cada uno hace lo que tiene que hacer, todo debería ir bien, lo que me pregunto es que si esto será suficiente. Deseo y espero que sí, pero...

Dentro de nada, la llegada de las vacunas va hacer que el problema dé una vuelta de 180 grados. Todo debe ir a mejor, eso es lo que anhelamos.

Los católicos viviremos la Navidad, con nuestras marchas por la paz y trabajando por la solidaridad y el encuentro, porque el niño que nace nos lo pide. El espíritu navideño debe hacer lo necesario para que esa llamada al compromiso, y al esfuerzo, caiga en tierra buena.

A cuidarse.