A nadie se le escapa que los partidos tal y como los hemos conocido están en declive. La militancia ha descendido y la mayoría de la población no se encuentra representada por ellos. En su lugar han comenzado a tener auge las plataformas y las mareas. Aunque es pronto para adivinar cual será su destino final parece claro que no son proclives a recorrer el mismo camino que han cursado los partidos tradicionales.

Ahora mismo se encuentran con dos problemas. Uno organizativo, que incluye por un lado resolver la cuestión de cómo se pasa de las asambleas a la acción inmediata que exige muchas veces la política que quizás encuentre solución con los nuevos cauces de información y comunicación que proporcionan las tecnologías, y por el otro asumir que siempre hay un liderazgo personal que se lo gana el mejor orador, el más ambicioso o el que muestra más sintonía con "el pueblo" y por lo tanto siempre se corre el riesgo de tener un "aparato".

Y el segundo consiste en comprender que una plataforma discurre por caminos muy distintos a la gestión política en una administración. Las plataformas surgen en un momento concreto ante un problema concreto pero no tienen vocación de generalidad por lo que carecen de programa globalizador ya que incluye distintos posicionamientos ante otras cuestiones. Por otro lado desde la plataforma no tienes más responsabilidad que la de protestar y exigir, siempre sin necesidad de plantear soluciones y rendir cuentas.

En la actuación política hay que dar soluciones y rendir cuentas. Pero es que además la Administración es un monstruo rodeado de burocracia y requisitos formales que quien se los salta acaba en manos de los jueces y que está reclamando una reforma que nadie se atreve a llevar a cabo. Algunas de las actuaciones y propuestas de los nuevos partidos dan a entender que no acaban de darse cuenta del nuevo campo en el que están.