Unos cinco mil cacereños nos manifestamos por la paz. Nos uníamos así a los miles de hombres y mujeres de todo el mundo que reclaman la paz frente a la guerra, la negociación frente a la belicosidad, como instrumentos para solucionar los problemas que nos acucian. No era por lo tanto una manifestación de repulsa a un partido ni a un presidente. ¿Acaso Francia se convirtió en una repulsa del gobierno francés o de su presidente? Aquí tampoco lo era salvo por una cuestión importante: porque el Gobierno no apuesta claramente por la paz. Porque si este gobierno y el partido que le sustenta hubieran optado por otra política, las manifestaciones hubieran existido y los ciudadanos les hubieran dado su apoyo. De manera que, frente a quienes intencionadamente hablan de campañas de desprestigio, de manipulación o de intencionalidad partidista, los ciudadanos del mundo han exhibido un grito de paz sin más condicionantes. Si los miembros del PP hubieran apoyado estas manifestaciones hubieran contado con el aplauso de todos y si Saponi, por poner un ejemplo, se hubiera apuntado, habría ganado votos. De manera que si se habla de obligaciones derivadas de la militancia es necesario mirar hacia el PP. Porque entre los cinco mil éramos muchos los que nos sentíamos impelidos por alguna militancia, a no ser la de quienes están a favor de la paz. A muchos nos hubiera causado satisfacción ver alguna pancarta de asociaciones cristianas, acrecentada si alguno de sus ministros hubiera dedicado una hora a dar testimonio de su apoyo a la causa de la paz. Pero, al parecer, sus compromisos políticos ocultos, mal disimulados y tradicionales se lo han impedido. Una oportunidad más de ganarse credibilidad que han perdido. ¿Servirá de algo, señorito Bush?