Mucho tiempo antes de la flamante A-66 existía simplemente la Nacional 630, y a su lado el trazado ferroviario de la Ruta de la Plata. Ambos convergían en un punto conocido por miles de viajantes desde Gijón a Sevilla: La Perala. Su posada, entre la estación y la carretera, auténtico motor de esta pedanía de Casar de Cáceres, ha sido durante 80 años descanso de carreteros, caminantes, trashumantes, camioneros, comerciales o turistas. Pero primero el ocaso de la estación (hoy no para ningún tren), y después la apertura de la Autovía de la Plata, han obligado a su cierre este mismo mes.

Hortensia Maya tiene 84 años. Llora cuando recuerda los mejores tiempos de aquel parador, luego restaurante, que abrieron sus padres, Faustina y Castor. Allí se crió ella misma, y allí crió a sus tres hijos cuando se hizo cargo del negocio. "Poníamos los calderos en la lumbre y toda la clientela comía patatas con arroz y bacalao. A veces los pastores que iban de paso mataban un cordero y lo cocinábamos", relata.

Faustina y Castor lo bautizaron como El Parador . Vivieron en principio de los aldeanos que viajaban con los burros y carretas, y que se detenían para dar resuello a las bestias. Luego la suerte se apeó en su estación: decenas de pastores trashumantes de Valladolid, Burgos, León o Guadalajara llegaban en trenes con cientos de cabezas de ganado, año tras año, por la festividad de los Santos, y se bajaban en aquella estación para enfilar hacia los prados extremeños, donde pasaban el invierno hasta que volvían a embarcar en primavera.

"Venían unos treinta trenes con ovejas, vacas, yeguas, potros... Llenábamos los calderos, dábamos de comer a los serranos y muchos se quedaban a dormir, porque teníamos tres corrales para el ganado. Luego se iban por el cordel", cuenta Hortensia, que estuvo al frente del local con su marido, Teodoro Chiriviqui , hasta hace 30 años.

Su hermana, Esperanza, de 82 años, también guarda grandes recuerdos: "Allí vivíamos unos 20 vecinos y venía mucha gente del Casar a coger el tren hacia Madrid y otros lugares. Pasaban las locomotoras de carbón y algunos coches, pero muy pocos. Recuerdo el día en que llegó la luz eléctrica con la empresa Pitarch. Yo era joven y la verbena fue muy muy grande".

Los tiempos cambiaron y Hortensia decidió hacer obras. Lo rebautizó como Restaurante La Perala y dio la vuelta al local: suelos, bóvedas, un moderno mostrador, aseos, cámaras de frío y por supuesto una nueva cocina a butano. La carretera se convirtió en el principal sustento y además surgió otro tipo de cliente: los cacereños que cada fin de semana se iban al Tajo, a la conocida Playa de Cáceres . "Había hasta coches de línea y nosotros no dábamos abasto. Se llenaban las mesas, teníamos que arrendar sillas... Desfilaban los pollos al ajillo, y los conejos con tomate", narra Hortensia, que cayó enferma y al final tuvo que dejarlo.

En las tres últimas décadas, el restaurante ha sido alquilado por la familia a tres hosteleros. "Nos consta que les ha ido bastante bien, incluso hoy continúan pasando muchos coches, pero la apertura de la autovía el año pasado se llevó el ingreso seguro de cada día: los camioneros", explica Adela Jiménez, nieta de los fundadores. El local se puede seguir alquilando "para establecimiento rural u otro negocio donde la gente tenga la posibilidad de comer o relajarse". Mientras, en la vieja pedanía solo queda una residencia de ancianos y algún chalet de recreo.