Mi amigo Rafa tiene un coche y un garaje. Me cuenta que el día 2 dejó el coche delante de la puerta de su garaje, no sé si por prisas o comodidad, pero resulta que la grúa fue más diligente que él y cuando fue a buscarlo no estaba. Ya se sabe que la grúa tiene entre otras propiedades la de exacerbar los ánimos de los ciudadanos y Rafa no fue una excepción. Se fue a las dependencias de la policía dispuesto a cantarle las cuarenta al lucero del alba. El lucero del alba, o sea, el policía que le atendió, le daba explicaciones legales, tales como que el lugar donde aparcó es vado público y, por tanto, está prohibido aparcar. Pero esa razón no le convencía, pues si el vado lo pagaba él presumía que tendría derecho a usarlo como quisiera. Y el policía, venga a darle razones y Rafa, a no aceptarlas. Ya se sabe que en estas ocasiones el ánimo del sancionado no suele estar muy templado y aunque Puras no es hombre de exabruptos ni palabras gruesas, sí es insistente, a veces cabezota y pertinaz. Todo en vano. Pagó la multa y las tasas, y a casita. Hasta aquí ninguna novedad. Pero es que desde que salió a la rotonda de Renfe comenzó a comparar su actitud, no muy correcta y algo brusca con la del policía, amable y dialogante, y le entró remordimiento de conciencia, porque Rafa tiene una conciencia muy remordedora.

Total, que decidió dejar pública constancia de su descortesía y contraponerla con el ejemplo de amabilidad, educación, buenas maneras y lúcidas explicaciones que manifestó el policía, y me utiliza a mí de intermediario. Cosa que hago con agrado, pues nunca he recibido un mal trato de nuestra policía municipal, sino todo lo contrario. Y, además, sin ser ellos los culpables de la situación del tráfico, deben aguantar los improperios del público.