La educación siempre fue un privilegio, siglo tras siglo, hasta que en 1857 la Ley Moyano puso las bases de la enseñanza pública estatal, con la obligación de crear escuelas en todos los municipios (incluso los de menos de 500 habitantes), y garantizar la formación a niños de 6 a 11 años. Pero el despegue fue lento, también en la provincia de Cáceres. Se trataba de escuelas con poco presupuesto, generalmente en alquiler dentro de edificios deteriorados, con maestros mal pagados y alumnos que faltaban cada vez que llegaban las matanzas y las cosechas. Las diferencias de género eran abismales: los maestros opositaban con preguntas sobre conocimientos generales, y las maestras sobre labores domésticas e higiene.

Hoy es posible conocer al detalle el número de escuelas en cada partido judicial de Cáceres, su evolución, todos los profesores (sueldos, destinos, si entraron por oposición o concurso...) y otros datos gracias a un estudio realizado por cuatro profesores de la Facultad de Formación del Profesorado: Ramón Pérez, José Soto, Antonio Pantoja y Teresa Fraile. Tras bucear en numerosas fuentes --Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares, Archivo Provincial, Ministerio de Educación, Facultad de Formación del Profesorado...--, acaban de sacar a la luz el libro 'Catálogo para el estudio de la educación primaria en la provincia de Cáceres en la segunda mitad del siglo XIX' , editado por la Universidad de Extremadura.

A través de casi 400 páginas, 1.200 tablas y la incorporación de numerosas curiosidades investigadas por autores muy reconocidos, los cuatro profesores logran una radiografía de la época abrumadora en datos, que viene a completar un trabajo similar sobre la provincia de Badajoz. Aun así, ellos prefieren calificar su estudio de "humilde aportación a un ámbito muy bien investigado en Extremadura".

Así era Cáceres

La escolarización pública no existía como tal hasta que a comienzos del siglo XIX empezaron a implantarse las escuelas de niños sostenidas por los ayuntamientos, las fundaciones o las propias familias. En Cáceres había cuatro en 1836 (además de las privadas), todas elementales de niños: la escuela del Colegio de Humanidades; la escuela de Primeras Letras de la Obra Pía de Marrón; la escuela gratuita de la villa o de propios (en el Colegio Viejo Seminario de San Pedro); y la escuela gratuita del Sancti-Spíritu. En 1965 ya había 9, y en 1882 un total de 18 al crearse las de párvulos y niñas. Cáceres tenía entonces unos 15.000 habitantes.

Había distintos tipos de escuelas. Las 'incompletas' se ubicaban en poblaciones de menos de 500 habitantes y solían ser mixtas, con niños y niñas, con maestros y maestras. Algunos pueblos pequeños ni siquiera podían sostenerlas y creaban las de 'temporada', a cargo del párroco o de algún vecino formado. Después estaban las 'escuelas elementales', obligatorias en municipios de más de 500 habitantes, una de niños y otra de niñas, auténtico inicio de la instrucción pública.

También había 'escuelas auxiliares' o 'ayudantías', de apoyo a las elementales cuando el número de alumnos era excesivo. Luego, quien valía pero sobre todo quien podía, pasaba a la escuela superior (una auténtica minoría de alumnos). De hecho, a mitad del XIX solo existía una en toda la provincia, ubicada en el Seminario Normal de Cáceres.

La riqueza de datos de este estudio permite retratar las aulas de aquellos momentos. Había una media de 76,4 alumnos matriculados por escuela, aunque por ejemplo la gratuita de Cáceres llegó a los 128. Algunas familias podían contribuir a sufragar el sueldo del maestro, que así completaba la exigua paga del ayuntamiento. Los niños considerados pobres en los informes de las autoridades (muchos) estaban dispensados de pagar.

Pero el absentismo escolar era muy elevado, aproximadamente de un 50%, porque los alumnos tenían que ayudar a las tareas del campo y a las ocupaciones familiares. Las faltas de asistencia se concentraban en diciembre, coincidiendo con las matanzas, y en junio y julio, época de la siega del cereal. Aun así era necesario dividir a los niño para mayor operatividad. Pero no se separaban por edades, sino por criterios académicos simples: los más aventajados formaban el grupo superior, y los nuevos o más atrasados, el más bajo. En el medio se creaban subgrupos según necesidades. El profesor titular solía quedarse con los listos , y el pasante con los contrarios. Si solo había un maestro, atendía a los distintos grupos.

Las clases abarcaban unas 34 horas semanales en jornada de mañana y tarde salvo los meses de calor (solo matinales), aunque el maestro también tenía que atender todas las labores administrativas y de secretaría. Respecto a las asignaturas, las escuelas se adaptaban al programa que recomendaba el ministerio: Doctrina Cristiana e Historia Sagrada, Lectura, Escritura, Gramática Castellana y Ortografía, Aritmética, Higiene, Urbanidad, Geografía, Historia de España y Labores. El estudio publicado detalla incluso las horas semanales de cada asignatura.

En cuanto a los libros, en principios los elegía el maestro según su criterio informando a las autoridades educativas, pero fueron apareciendo normativas hasta que las recomendaciones pasaron a publicarse en el Boletín de la Provincia. Destacaron, por ejemplo, la Doctrina Cristiana y Geometría , de Calleja; la Gramática , de la Real Academia; la Historia Sagrada , de Fleury; y por supuesto las Fábulas de Samaniego.

Brasero, tinteros y cruz

Los cuatro profesores cacereños recogen incluso el inventario de una clase ordinaria: brasero de hierro, crucifijo, dosel, cuadro de pesas y medidas aritméticas, tableros encerados, un mapa de Europa y otro de España, un tablero contador de enteros, una colección de máximas morales, tinteros de plomo, regla, escudo y bandera nacionales, tablas para operaciones aritméticas, abecedarios, pizarras pequeñas y libros para las distintas asignaturas.

Pero en una incipiente educación pública, el dinero escaseaba. La mayoría de las escuelas no tenían locales propios, y el Estado o el ayuntamiento abonaban el alquiler. Eran continuas las quejas de los maestros por la mala conservación de los edificios, por los traslados continuos, y por la alta ratio de alumnos en recintos pequeños. Concretamente, del presupuesto escolar se destinaba un 10% al pago del alquiler, otro 15% a material y gastos de brasero, tinta, plumas o papel, y el 75% a los maestros.

Sin embargo, los docentes estaban mal pagados, incluso tenían dificultades para atender las necesidades de sus familias. Y eso si cobraban, porque los retrasos eran continuos --dependían de los ayuntamientos--. Un 50% de los escritos de los archivos son reclamaciones de los maestros ante la Comisión de Instrucción Pública, desesperados por su situación. Destaca la carta de los vecinos de Arroyomolinos que solicitan que se pague al maestro, y también la de un grupo de docentes cacereños que, ante la boda del Rey, le piden mayor atención a la enseñanza.

Además, era clamorosa la disparidad de salarios entre hombres y mujeres. En Cáceres capital un docente auxiliar cobraba por norma 1.100 pesetas, y una maestra 825. La Ley de nivelación de sueldos de 1884 acabó poco a poco con estas discriminaciones. Pero había más desequilibrios entre las categorías de profesores (maestro principal, auxiliar, pasante...), cuando en realidad hacían la misma tarea.

Injusticia en los sueldos

También cobraban más los docentes de las escuelas superiores que los de las elementales, y éstos que los de las auxiliarías y párvulos, y todos más que los de las escuelas incompletas. Finalmente, la ley establecía distintos sueldos por ejercer en pueblos pequeños, medianos o ciudades: el mismo docente cobraba 2.500 reales anuales en un municipio de 700 habitantes y 6.600 por hacerlo en una ciudad de 20.000 a 40.000. De ahí la inestabilidad del profesorado, siempre con traslados, permutas y oposiciones en busca de alguna mejora.

Los cuatro investigadores han podido acceder a cientos de hojas de servicios de maestros. Por ejemplo, Antonia Corral Borrella pasó entre 1894 y 1929 por Aldeacentenera, Arco, Torrecilla de los Angeles, Talayuela, Jerez de los Caballeros, Mesas de Ibor, La Conquista, Casas de Don Antonio y Torremocha. Comenzó cobrando 250 pesetas y acabó percibiendo 3.000. Y es que poco a poco las condiciones fueron mejorando y también su consideración.

Respecto a las desigualdades de género, llegaban incluso a las oposiciones. En lugar de Agricultura y conocimientos generales, las maestras debían prepararse en economía doméstica, aseo o conducta moral y religiosa de las niñas. En cuanto a las asignaturas de los escolares, la Ley Moyano, además de materias comunes, proponía para los varones Agricultura, Industria y Comercio, y para las niñas Labores, Dibujo Aplicado e Higiene Doméstica. Además, la enseñanza superior de las niñas estaba peor atendida, con una sola escuela superior en la provincia frente a cuatro masculinas. También tenían menos presupuesto y materiales, y peores edificios.