La otra noche retomé una vieja costumbre y fui con mi padre a una de las representaciones del Festival de Teatro Clásico de Cáceres. Entre las piedras ocres de San Jorge y los sueños de Casanova, mi progenitor me relataba como disfrutó del Calígula de Tamayo allá por año 1964 en la plaza de Santa María. Entonces volví a comprender en toda su extensión el significado etimológico de la palabra Teatro, ese "lugar para contemplar" al que se referían los antiguos griegos.

Como ya habíamos abierto la puerta a la nostalgia recorrí mentalmente otros "lugares para contemplar" que también han sido escenarios de este festival: las Veletas, Santa María- o la Plaza Mayor. Puede que alguno se sorprenda, pero sí, la Plaza fue la ubicación elegida para las representaciones teatrales de los Festivales Medievales de finales de los 80. En sus mastodónticas gradas, que nada tenían que envidiar a las del World Padel Tour, cumplí mi rito iniciático como espectadora con apenas 15 años y vi el debut teatral de una jovencísima Maribel Verdú. Convertida en Julieta, Maribel contemplaba atónita como su Romeo (Fernando Guillén Cuervo) se pegaba tremendo costalazo al romperse la cuerda con la que intentaba trepar al matacán de la Torre de Bujaco mientras que el público se preguntaba si aquello formaba parte del guión. Años después, tras entrevistarla al recibir un Premio San Pancracio, la Verdú me confesó tanto el susto que se llevó como el cariño que guardaba a una ciudad que amaba el teatro y que le dio tanto su primera oportunidad sobre las tablas como el primer galardón de su carrera.

A veces a los cacereños nos gusta hacernos de menos, pensar que somos mediocres y que todo lo bueno está fuera. A veces eso es verdad pero no siempre. En esto del arte de Talía no lo hacemos nada mal y tienen que venir de fuera a reconocerlo, como este año lo han hecho los críticos de medios nacionales acreditados para el estreno de El Nombre de la Rosa. No siempre estoy orgullosa de la ciudad en la que vivo y hay muchas cosas que no me gustan pero cuando vuelvo a sentarme en las gradas de San Jorge me reconcilio con ella por un rato y doy gracias a mi padre por enseñarme a amar el teatro y, sobre todo, por seguir acompañándome.