Hasta no hace tanto tiempo, el acopio para el sustento familiar se adquiría a diario en los mercados locales por medio de los recatones, aquellos mercaderes que vendían al por menor, con los cuales se podían regatear los precios, de donde deriva su apelativo. Su función estaba delimitada en las normas y ordenanzas que regían las relaciones comerciales en las villas. Hacer los recados consistía en visitar a los recatones para realizar la compra diaria.

En Cáceres, desde finales del siglo XV, la actividad mercantil, dentro de su extenso término, se encuentra regulada a través de diferentes normas entre las que cabe destacar la llamada 'Ordenanza de los Recatones', una medida que pretendía, ante todo, ordenar, proteger y controlar los procesos económicos que se producían en el mercado local.

Hay que destacar una serie de apartados que reglaban la actividad comercial desarrollada por los recatones. Estaba totalmente prohibida la ausencia de pesas y medidas en los puestos de venta, pesas que debían ser de hierro y encontrarse selladas por la autoridad concejil. En otro apartado se hace mención al proteccionismo sobre ciertos productos que podemos considerar de primera necesidad.

Quedaba prohibido el recatoneo del vino, ni arrobado ni por menudo, que trasladan a la villa, de manera casi exclusiva los vinateros del Casar, vinateros que durante siglos fueron los principales abastecedores de los mesones locales. Lo mismo ocurría con la venta de nabos, uvas o higos, productos con los que sólo podían mercadear los aldeanos que traían ese género a la villa.

TAMBIEN SE protegía el recatoneo de pan, trigo, cebada o centeno, cuya venta estaba protegida por el concejo a través de ordenanzas específicas para estos productos. Otra característica era el control sobre lo que entraba y salía de la villa, por lo cual quedaba prohibido que los recatones saliesen a comprar a los caminos, antes que los abastecedores llegaran al mercado. No podían revender sus productos hasta pasados tres días de haberse puesto a la venta y tampoco podían subir su precio cuando ya habían iniciado su comercialización. Los recatones estaban obligados a decir de donde les llegaba el género que vendían, bajo la pena de 300 maravedíes y pérdida de la mercadería.

Los recatones cacereños se encuentran en el origen de un comercio propiamente local, no se trata de buhoneros errantes que recorren los mercados locales, se trata de mercaderes ubicados de forma definitiva en la villa, primero con puestos móviles y posteriormente con pequeñas tiendas y talleres enclavados principalmente en la plaza Mayor y zonas aledañas como la calle Pintores o la calle Empedrada. Tenemos documentada la presencia de mercaderes judíos instalados de forma definitiva, en la plaza Mayor, desde principios del siglo XV, donde desarrollan su actividad como recatones de telas, sastrerías, boticarios, jubeteros o plateros. En ellos se encuentra la raíz de la vida comercial en la villa cacereña.