Uno de los personajes más peculiares de la historia de Extremadura es el placentino Bernardino de Carvajal, hijo de Francisco de Carvajal, el de la Reducción. Inició su carrera sacerdotal en Salamanca, pasó a Badajoz y de ahí a Roma donde fue camarero del Papa Alejandro VI Borja, a raíz de lo cual ascendió como la espuma en altos cargos eclesiásticos hasta llegar a Cardenal Obispo de Santa Cruz de Jerusalem y Decano del Sacro Colegio, además de su agitada vida diplomática y de, lo que hoy llamaríamos, agente doble de Castilla y la Santa Sede.

No contento con todo eso, reunió el Concilio de Pisa y se hizo elegir antipapa, lo que le valió la excomunión de Julio II della Rovere. León X Médicis le levantó la excomunión y le confirmó en su dignidad cardenalicia. Como dije, fue Cardenal Obispo de la Basílica de Santa Cruz de Jerusalem, una de las siete basílicas romanas de la Peregrinación, construida por Santa Elena para albergar las reliquias de la Pasión que había traído desde Jerusalem. En la capilla de Santa Elena (sobre cuya bóveda se hizo retratar el de Carvajal por Melozzo da Forl¬, más tarde repintado por Peruzzi), se conservan un clavo, el INRI, dos espinas de la corona, el dedo que Santo Tomás introdujo en el costado y un gran fragmento de la Vera Cruz. De este fragmento, el Cardenal Carvajal extrajo otro menor, que donó a su sobrino el Arcediano Francisco de Carvajal. Dice la tradición que, como la forma en que el Cardenal lo sacara de Roma no fuera muy ortodoxa, se vio obligado a acometer una serie de obras pías para librarse de la excomunión. Una de ellas sería esta Capilla del Lignum Crucis, que es vulgarmente conocida como Capilla de la Excomunión, aunque en la documentación antigua aparece denominada como Capilla de la Insigne Reliquia de la Santa Cruz. Esta reliquia fue agregada al mayorazgo de la Casa por Juan de Carvajal Perero en 1704. Además de ella, a partir del siglo XVII, se ubicó otro Lignum Crucis, el que el Gran Maestre de Malta donó a Alvaro de Sande, I Marqués de la Piovera. Ambos se encuentran fuera de Cáceres, pero se conserva, en la ciudad, al menos, un relicario autentificado con fragmentos procedentes de la reliquia principal.

En el jardin

Se encuentra esta capilla palatina ubicada en el jardín del Palacio de los Duques de Abrantes, en lo que fue el huerto, y tenía acceso practicable desde Sancti Spíritus. Se trata de una construcción de única nave, con tendencia al cuadrado, aunque ensancha levemente en la cabecera. La cubierta vierte a cuatro aguas y se corona de granítica cruz. La portada está escoltada por dos leones, de acarreo, soportados por senadas basas berroqueñas, que podrían, tal vez, proceder del Hospital de Sanci Spiritus. Al interior lo más interesante es el retablo barroco. Se trata de un mueble que consta de banco y dos cuerpos, teniendo tres calles el primero, separadas por columnas salomónicas, abriéndose en la central una hornacina, que hace las veces de manifestador, donde se alojaban los dos Ligna Crucis. Este manifestador estuvo protegido por una tabla dieciochesca que mostraba la Exaltación de la Cruz por ángeles. La tabla desapareció de la capilla y únicamente se conservan fotografías de ella. El cuerpo de remate presenta forma semicircular, albergando el centro un notable lienzo, algo posterior, de Santiago Matamoros. El retablo se decora profusamente con acantos, estípites, aletones y ces.

Creo que éste es el retablo original de la Virgen de la Montaña, el que estuvo en la segunda capilla, lo que hoy es el sotocoro, e intentaré demostrarlo sucintamente, (y sin entrar en polémica con otros autores), aunque espero poder hacerlo más extensamente en mejor ocasión. Sabemos que entre 1645 y 1648, la Cofradía de la Virgen de la Montaña encarga al portugués Miguel Jiménez Godino la talla de un retablo para albergar la sagrada imagen de la patrona, y se tiene constancia de un pago, a plazo, que se le hizo por valor de 230 reales. En 1649 se entregaron 550 reales al pintor y estofador Francisco Mendo Montejo, por dorarlo. En 1721, terminada la tercera capilla y visto lo exiguo del retablo, comparado con las dimensiones de ésta, se acuerda construir un nuevo retablo (el actual) y lo costea, entre otros, el Conde de la Quinta de la Enjarada (como sabemos por documento de 1724), y en 1722 la Cofradía regala, en señal de agradecimiento, el antiguo retablo al aristócrata benefactor como agradecimiento. Por las trazas del mismo, sus dimensiones y por ser ésta la capilla de su casa, creo que nos podemos encontrar ante el que, un día, albergó la sagrada imagen de nuestra patrona y que, durante años, fue el mejor custodio de las dos reliquias de la Cruz de Cristo.

Retablos regalados, reliquias robadas, donadas, gran devoción de los cacereños durante siglos. Ante la Santa Cruz, dos jóvenes un día se juraron amor eterno. Pocos conocen esa historia, pero, de momento, pocos la seguiremos conociendo.