La mayor parte de las horas al día su cabeza y un lápiz suman, restan, multiplican y dividen los mil senderos posibles para poder afrontar el día a día con 585 euros al mes. Para ello debe meterse en callejones y tomar atajos dentro de su propia casa. Hay que controlar la factura de la luz, apagar la tele, no dejar abierta la nevera mientras piensa lo que va a coger, llevar una vida austera, de mínimos.

Pero además de a esa situación de la llamada en España ‘pobreza relativa’, que realmente es pobreza de la auténtica aunque la quieran disfrazar de terminología poco creíble, ella debe enfrentarse a lo que hay en el barrio donde vive. Una plaza sin adecentar, grietas, pintadas... hace poco pasó por el médico porque el olor a excrementos de los perros agudizó su asma.

«He comprado el piso, por desgracia, y creo que tenemos derecho a vivir de otra manera». Reside en un bloque de Mejostilla, de esa otra Mejostilla que poco tiene que ver con las amplias unifamiliares con terraza, piscina y jardín. Aquí, detrás del ambulatorio, hay una evidente dejadez. «Hicimos un estudio, lo enviamos a la Junta. Advertimos de que aquello se está agrietando, de que los techos se están cayendo. Y nada. De la Junta al ayuntamiento se pasan la pelota».

Está desesperada. Ayer descolgó el teléfono y llamó a este diario. «Vosotros sois mis ojos, mis oídos, la única forma posible que encuentro de tener voz». En estos años en que muchos se empeñan en despellejar el periodismo, hay quien encuentra razones para que este oficio merezca, por fin, la pena. «Estoy divorciada, tengo un hijo. Mi madre está viuda, me echa una mano. Les agradecería en el alma que publicaran esto. Aunque solo sea una foto, mejor a color, que no me importa pagar, quitarme una parte de mi sueldo para que esto se conozca». No entiende el mundo de hoy. «Políticos que van a la cárcel y luego aparecen en el Congreso. Políticos que me hablan de renta básica, de igualdad de derechos, pero pueden pagarse un chalet».

Prefiere no aparecer: «No quiero liderar un movimiento oficial, quiero desde este derecho que tengo al anonimato, pedir que nos ayuden». Entonces, contundente, se pregunta: «¿Dónde están esos políticos que van a arreglar los barrios, dónde están los políticos que van a ayudar a la gente que no tiene medios?». Unos 10 millones de personas (el 21,8%) viven en España en esa pobreza relativa, según los informes de Cáritas. Es decir, sobreviven. Y eso se traduce en un día a día complicado y basado en unos estrictos hábitos de consumo. Si a ello le añades la presión de habitar un barrio hostil, las cosas se complican demasiado. «No me gustaría que mi hijo siguiera aquí. Y sé que hay mucha gente incívica, pero necesitamos que nos escuchen. Sé que es tarde, que el domingo son las elecciones, pero lo mismo -concluye- estamos a tiempo de que esta queja sirva para tomar conciencia».