En 1926, Alonso Corrales Acedo, casado con Teresa Cisneros Congregado, trabajaba como encargado de los motores del almacén que había en las instalaciones de la Unión Española de Explosivos Riotinto hasta que dos años después inició su trabajo como operador cinematográfico en el Gran Teatro, que había sido inaugurado dos años antes tras las obras impulsadas por un grupo de cacereños presididos por Rafael Durán. El gobernador civil José García Crespo se encargaría de inaugurar el edificio de 1.309 localidades cuyo telón de boca fue decorado por el artista cacereño Sánchez Varona.

Los Corrales, que tenían cinco hijos: Román, Pepi, Cristina, Teresi y Agustina, vivían en las dependencias del Gran Teatro hasta que Teresa, esposa de Alonso y que era hija única, hereda una vivienda en la calle Falangista Javier García (hoy Mario Roso de Luna). Allí trasladó entonces la familia su residencia y a la altura del número 10 puso Alonso en 1942 un taller de tapicería, trabajo que compatibilizaba con su función de operador de cámara. Trabajaba Alonso fundamentalmente para Muebles Pérez, que estaba en Pintores, pero también para muchos miembros de la nobleza cacereña: tapizaba sillones, cabeceros de cama, doseles, reclinatorios y hasta cheslongs, y se hizo con muy buena clientela por la finura y destreza con la que desarrollaba su labor.

Además de estas tareas, Alonso tenía un especial hobby: el cuidado de las colmenas. Disponía Alonso de un pequeño terreno frente al Temis donde instalaba los panales, contaba al menos con medio centenar de los que obtenía la miel, no para comercializar pero sí para abastecer a toda la familia. Tenían los Corrales muy buena relación con los Cardenal, así que al llegar la recogida de la miel, los Cardenal colaboraban con los Corrales en tan ardua labor.

Fue su hijo Román quien seguiría la estela de Alonso, tanto como operador cinematográfico (tarea que ejercería en el Capitol), como aficionado a las colmenas (durante años las retiró desinteresadamente de las calles por encargo del ayuntamiento), como en el taller tapicero, un empleo del que se haría titular al fallecer su padre en los 70, años para los que el negocio ya había pasado del número 10 al 8 de Roso de Luna.

Román se casó con Manolita Gaitán Bazaga, hija de Ildefonso, ferroviario nacido en Córdoba, y de Jacinta, que procedía de Aldea del Cano. Además de Manolita, la pareja tenía otros cuatro hijos: Juan, Isabel, Pedro y Antonio. Fue Manolita la única que acabó recalando en Cáceres porque a los 5 años se fue a vivir con una hermana de su madre, Herminia, y su marido Antonio, que no tenían descendencia y que criaron a la niña en su casa de la calle José Antonio, donde la pequeña cursó estudios y enseñó a leer a las chicas del servicio que estaban contratadas por sus tíos.

Román y Manolita se conocieron en el Paseo Alto. Ella sacaba a pasear a su perra Linda, y él a un pastor alemán que tenía. Y surgió el flechazo. Se casaron en 1955 en la iglesia de San Juan y hasta la crónica de su enlace se publicó en el EXTREMADURA. El matrimonio vivió primero en la calle San Vicente, donde por bajo residía el señor Julio, que era zapatero; y luego se marcharon al 17 de Donoso Cortés, a una casa propiedad de los Corrales que tenían arrendada a Antonio López, propietario de la salchichería/jamonería en la que trabajaba José Garcia Portillo, a quienes todod conocen como Pepe El Salchichero, y en la que Manolita sigue viviendo.

El barrio

En Roso de Luna transcurría felizmente la vida para los Corrales. En el barrio estaba la Imprenta Moderna, de los hermanos Valiente, y Lyria, la famosa pastelería de Donoso Cortés que era de Pastor, primo hermano de Jacinta (suegra de Román) y en la que trabajó de siempre como empleada María. En Lyria se hacían bambas, trabucos, riquísimas raspaduras y deliciosos polos de mantecado y coco. Pastor era un forofo de los toros. Cuando toreaba Curro siempre subía a casa de los Corrales a ver la faena por televisión. Si por el balcón veía llegar a algún cliente, decía el bueno de Pastor: "Se espere usted un momentino, que ya va a matar Curro" , y el cliente esperaba paciente a que el señor Pastor terminara de ver la hazaña de Curro.

Era Lyria una pastelería con mucho encanto, con un escaparate pequeñito, un mostrador, tres sillas bajas de formica, una trastienda... un edén dulce cuyas delicias salían del horno que Pastor tenía por la Clavellina, antes de que se hiciera la Caja de Ahorros.

En el barrio también estaba Rosado, la frutería de los Sánchez, Calzados Nati, Artipiel (que lo llevaban los padres de Mati)... Allí vivía igualmente la familia de Cano, la familia Borda Bejarano, los Floriano que tenían su imprenta en el portal llano de la plaza Mayor, y había muchos bares, como el de Cano, que estaba al lado de la casa de los Corrales. Enfrente estaba Harpo, la droguería de los Villegas, y en la actual Librería Picapiedra estaba Calzados Falcón. La calle tenía un Spar, había una mujer (viuda de Rincón), que era modista, y la escuela de los cagones donde daba clases Conchi, casada con un miembro de la familia de Mudanzas Cerro.

La casa familiar de los Corrales era muy bonita. En el hueco de la escalera se guardaba la miel dentro de las tinajas de barro, que a veces se utilizaban también para hacer zambombas, que se tocaban en aquellas inolvidables veladas de Navidad que pasaban junto a los Floriano o los Alvarado.

Esa casa, tan típica de las construcciones cacereñas del siglo XVIII, disponía de un pozo y se levantó en un solar donde se alineaban otras viviendas, todas ellas comunicadas entre sí por el subsuelo y que se repartían entre los Corrales a medida que los hijos iban contrayendo matrimonio.

Y allí prosperaba el taller tapicero de Román, que contaba con una gran maquinaria que cuando el negocio se cerró se regaló a Venancio Rubio para su carpintería. Román continuó con la clientela que tenía su padre: hicieron trabajos para el conde de Canilleros, para los Mayoralgo, para el obispo Llopis Ivorra o para Valentín Javier y Ana Mariscal.

El Capitol

Entretanto, Román seguía como operador de cámara, el oficio que aprendió de su padre y que desempeñó en el Capitol, un cine que se inauguró en 1947 tras la obra que propiciaron sus dueños, Corcobado y Sotomayor. Aquel cine de la calle Sancti Espíritu tenía 800 butacas, tapizadas todas en rico terciopelo encarnado, camerinos, dispositivos de calefacción y refrigeración y un escenario vestido de cortinajes diversos que se estrenó con la superproducción de Anette Bach, El mercader de las esclavas .

Román y Manolita tuvieron dos hijos: Alonso, que trabaja en la diputación, y Antonio, que lo hace en el Expert de Cánovas; y tres nietos: Oscar Jorge, Laura Zhulan y Nesanet.

Román fue un enamorado de su profesión como operador de cámara y lo pasó mal cuando el antiguo Capitol se transformó en una sala de fiestas. Al marchar del Capitol tras su jubilación, nunca más quiso volver a pisar aquel antiguo cine, que tan imborrables recuerdos le traía. Román, que también fue un destacado cofrade de la Semana Santa y que incluso durante un año trabajó en fábricas de pintura de Düsseldorf cuando emigró a esa ciudad alemana, puso todo su talento en hacer de la tapicería algo más que un oficio, acaso más bien una obra de arte salida de un taller de Roso de Luna desde donde vio pasar la vida entre la Imprenta Moderna, los zapatos de Falcón y aquellas bambas de crema de Lyria que con tanto placer endulzaron el Cáceres del pasado.