La primera máquina de planos (luego llamada plotter) que hubo en Cáceres fue una Calcomp de plumillas que no cupo por el ascensor, con la que un buen día se vino cargado desde la feria del Simo de Madrid a finales de los años 80. En ella muchos arquitectos cacereños planearon por primera vez y vivieron experiencias inolvidables. Para ponerla en marcha, sus colaboradores tuvieron que descubrir y aprender un programa llamado Autocad (sin saber inglés y sin ratón, que aún no se había desarrollado). Y lo mismo con aquella primera máquina de mediciones con tarjetas perforadas que se programaban en el estudio.

Tomás Civantos Hernández, cacereño nacido en 1935 y fallecido a principios del pasado mes de diciembre, fue indudablemente uno de los grandes reyes del urbanismo de nuestra ciudad. «Su huella perdurará en la trama urbana de la capital y en la memoria de sus colaboradores, que tuvimos la inmensa fortuna de trabajar y aprender con él», explica el arquitecto José Carlos Salcedo.

Y es que a Civantos se deben barrios enteros de la ciudad de Cáceres, como La Madrila, que representó la llegada de la modernidad con bloques singulares y aislados con sus zonas verdes. Hizo edificios abiertos, donde las viviendas (cuatro por planta) eran completamente exteriores, sin patios y con un único núcleo de escaleras.

También el polígono industrial de Las Capellanías, que trajo el orden a la industria local, o el Dehesa de los Caballos, «cosiendo los retales de las infraconstrucciones existentes al sur de la ciudad; la UVA de Las 300, Las Acacias, Moctezuma, La Zambomba, Las Candelas... son obras y proyectos suyos.

Contenido social

De todos ellos destacan Las 300, por ser el de mayor contenido social de todos los barrios. Se hablaba entonces de un poblado de los denominados ‘de absorción de chabolas’ construido por la Obra Sindical del Hogar para dar una habitación provisional más digna a la población de aluvión que llegó a la capital en la posguerra. Como él decía «se construyó provisionalmente para 10 años y ya lleva 50». Salcedo relata: «En ese barrio de casitas blancas con mercado, equipamiento y colegio, los problemas se han disuelto con el tiempo como un azucarillo. ¡Qué diferencia con actuaciones públicas posteriores tipo ghetto!, como los bloques de la calle Ródano en Aldea Moret».

A Tomás Civantos, Cáceres también le debe el edificio Múltiples, la residencia de las Hermanitas de los Pobres, la de la avenida de Cervantes o las iglesias Virgen de Guadalupe en Moctezuma y San Eugenio, en Aldea Moret (ésta última, evolución de la anterior con su gran viga de celosía ‘toblerone’ atravesando la nave).

El arquitecto diseñó igualmente el edificio de La Estrella, englobado en la tipología de bloques-torre. Asimismo, hizo la Facultad de Veterinaria, realizada con el presupuesto de un instituto de Secundaria. «Le dijo el ministerio: ‘Si en Extremadura quieren hacer una Universidad con el presupuesto de un instituto, allá ellos... pero este dinero es el que hay. Y surgió el primero y más barato, aunque para la mayoría de los profesores de la Universidad, el mejor de los centros universitarios; con revoco monocapa y cubierta de chapa, sí, pero con todos sus espacios bien resueltos, bien iluminados, gracias a sus conexiones funcionales, resolviendo y compatibilizando perfectamente los espacios docentes, de laboratorio, de administración, ¡de animalario y de hospital animal! Y es una lástima que no se llevara a efecto su Plan Parcial del Campus de Cáceres tal y como él lo proyectó, porque habría paliado en parte la desastrosa decisión política de sacar la universidad del casco antiguo en el que estuvo», defiende Salcedo.

Decano del Colegio de Arquitectos, primer doctor arquitecto de la región, docente, Tomás Civantos también ideó fuentes ornamentales realizadas con bloques de cemento, cuyas maquetas hacía con el ‘Exin Castillos’, como la de La Madrila Baja (pintada de color azul piscina por el ayuntamiento para años después ser eliminada) o el mural de la medianera del edificio del Banco de España.

«Su arquitectura tenía detalles funcionales geniales, de esos que no cuestan dinero y marcan la diferencia», recuerda Salcedo, que lo define como un creador colosal, que disfrutaba con su oficio, ese que lo llevó a ser todo un «inventor sin patentes».