A lo largo de la historia cientos de estatuas, monolitos, templos y cuantos elementos celebraban un acontecimiento u homenajeaban a una persona han sido destruidos por causa de diversos fundamentalismos. Ahora, cuando pensábamos que habíamos llegado a un cierto grado de madurez cultural, política, científica y de solidaridad, han vuelto a proliferar los iconoclastas en nombre de otros fundamentalismos raciales y étnicos. Afortunadamente para muchos de esos depredadores nadie habla de la discriminación de los gitanos.

Nada tiene de extraño que algunos quieran destruir el Discóbolo pues probablemente Mirón tenía esclavos en su taller. Otros querrán prohibir el Quijote en el que aparecen juicios despectivos hacia moros y judíos. Ya hubo quien pidió bajar a Hernán Cortés del caballo. Una vez bajado ¿cómo explicamos la historia de España y América? ¿Sería la verdadera historia? Nada digamos de los monumentos alusivos a la dictadura ya que algunos pretenden que pensemos que no existió. Pues existió y ahí están las pruebas. Cualquiera que pretenda depurar el arte, la literatura, el cine con los ojos de nuestro siglo intenta falsificar con un nuevo relato no solo lo que fuimos sino el progreso de la ética, de la lucha de algunos por la abolición de la esclavitud, por la igualdad y la solidaridad. Algunas estatuas, obeliscos y otros signos de reconocimiento que tienen algunos hombres y mujeres ( pocas) del pasado son muestras artísticas de valor por lo que destrozarlas o arrinconarlas sería un atentado cultural.

Puesto que los vestigios de nuestra historia ocupan espacios públicos deben dar exacta cuenta de lo que fuimos y de los esfuerzos para erradicar vicios e injusticias. Dos monumentos de las mayores crueldades de la historia, el Coliseo Romano y los campos de concentración nazis, siguen en pie y se han contextualizado o se han resignificado por lo que son testimonio de que no es necesario destruir u ocultar. Nada humano es íntegramente bueno ni totalmente malo.