Está a la orden del día hablar de nacionalismos, independentismos, y separatismos varios; y dependiendo de quiénes estén tras las propuestas de llevar a cabo la ruptura de turno, se le da más o menos relevancia al conato de emancipación. De igual modo, se habla de anexiones extraterritoriales corriendo éstas la misma suerte.

No piensen que estas líneas irán dirigidas a debatir cuán necesario/justo/sensato sería dar rienda suelta a esos planes, pues será un tema menos espinoso el protagonista de hoy.

Hace unos días surgía en internet la disyuntiva --sin base política alguna, ni ánimo de llevarlo a cabo-- de qué sucedería si la vecina Huelva se anexionase a Extremadura convirtiéndose en su tercera provincia. Tal cuestión sólo pretendía recabar las opiniones de unos y otros, en referencia a si tal hipotética unión sería beneficiosa o no para la provincia andaluza, pues se convertiría en el "puerto y playa" de nuestra comunidad.

Tras el revuelo suscitado en las redes sociales sobre esta cuestión, habiendo opiniones a favor y en contra del beneficio que podría esperarse por parte de los andaluces, son muchos los extremeños que se han unido a tal debate, sopesando la rentabilidad de una tercera provincia con costa. No es un debate novedoso, pues el país vecino también ha sido objeto de utopías referentes a playas extremeño-lusas, pero sí abre una interrogación sobre la existencia de fronteras virtuales, que no son más que líneas sobre el mapa.

Siendo Extremadura la región con más kilómetros de costa de agua dulce en la Península, no podríamos afirmar --precisamente-- que esté escasa de playa; así pues, al igual que año tras año somos nosotros los que cruzamos tales líneas imaginarias en busca del mar, habríamos de animar a que nuestros vecinos lo hiciesen a la inversa, y así supiesen por qué se nos considera "un paraíso de agua dulce".