Pedro Villarroel Rubio era natural de Piedras Albas. Estaba casado con Anacleta López Rodríguez , que aunque de raíces portuguesas también nació y se crió en este pueblo fronterizo de la provincia de Cáceres en el que los Villarroel, a principios del siglo XIX, se convirtieron en conocidos terratenientes, propietarios de ganado y dueños de una casa de labranza preciosa y muy grande, con terrazas, jardines, huertas, lagar y enfrente una tahona.

En aquella casa se criaron los siete hijos del matrimonio. Los varones no fueron al servicio militar porque los Villarroel se adscribieron a una cuota de compensación por la que pagaban unos ingresos para no acudir a filas. El primero de los hijos, Patricio , casado con Ricarda Fanegas Fonseca , se ocupó de las tierras de su padre. Bibiana , la segunda, se casó con Isidro Ballesteros , que era un industrial de Piedras Albas. Tuvieron un hijo, pero murió con tan solo 26 años. Leocadio , otro de los hijos de los Villarroel, hizo Magisterio, contrajo matrimonio con Carmen Villarroel y fueron padres de dos hijos. Mariano se casó con Cándida Montes . Padre de dos hijos, también estudió Magisterio pero tras la guerra aprobó unas oposiciones a secretario del Ayuntamiento de Piedras Albas y allí ejerció.

Magisterio

Nicolás , que hizo igualmente Magisterio, terminó ingresando en el Ejército, donde llegó a ser comandante. Se casó con Carmen Pallés y tuvieron tres hijos. Felisa , por su parte, se casó con Pedro Montes , industrial, secretario de juzgado. Tuvieron tres hijos.

Valentín , el que sumaba los siete hijos de los Villarroel, se marchó al Ejército de Voluntario. Para entonces ya había conocido a Concha Claver , natural de Estorninos, hija de Vicente Claver Villarroel y María Eugenia Borregas Martos , también terratenientes. Era Concha una mujer alta, guapa, buena moza. Ella tenía 13 años cuando vio por primera vez a Valentín, aquel día que a lomos de su caballo visitó Estorninos el galán se fijó en la que luego se convertiría en su mujer. La diferencia de edad no agradaba a los padres de Concha, pero finalmente el amor y la pasión pudieron más que cualquier otro contratiempo y la iglesia de Estorninos fue testigo del feliz enlace.

Al poco de casarse, a Valentín, que estaba en Infantería, lo trasladaron al cuartel Infanta Isabel de Cáceres, la ciudad que a partir de entonces cautivaría a los Villarroel. Aquí vivieron en la avenida de Hernán Cortés (que todos los cacereños conocíamos como la Ronda). Ocupaban el piso de abajo de una casa de varias plantas que tenía zaguán, un comedor y un dormitorio a la derecha, y cocina, despensa y otra habitación a la izquierda.

No tardaría en llegar al mundo la primera hija de la pareja, a la que pusieron por nombre Rocío . Como era costumbre, Concha se fue a dar a luz a Estorninos. Tras el nacimiento de Rocío, llegó el de Fidela y Sara , que nacieron en plena Guerra Civil en Piedras Albas, donde Concha se trasladó en espera de que amainara la contienda porque su marido tuvo que marchar al frente.

Ya en 1940, el año del hambre, nació María Victoria , que llegó en la casa de la Ronda puesto que el matrimonio, para entonces, pudo volver a Cáceres. Pero su estancia en la ciudad duró poco ya que a Valentín no tardaron en trasladarlo a Talavera de la Reina, donde nació Valentín , el quinto hijo y primer varón del matrimonio. En esas estaban cuando a Valentín lo cambiaron nuevamente de destino, esta vez a Africa. El resto de la familia volvió a Esterninos, hasta que un nuevo destino --Sevilla--, llamó a la puerta. En la capital andaluza Concha dio a luz a dos hijos más: Anacleto y Concha .

Pasaba la vida en Sevilla, pero los Villarroel añoraban Cáceres de noche y de día. La feliz noticia llegó en 1953, año en el que definitivamente se trasladaron a la ciudad. Durante unos meses vivieron en el número 49 de la Berrocala hasta que la familia compró una casa en la calle Travesía de la Berrocala, donde en 1955 nació Chefa , la octava y última hija de los Villarroel. Era la de la Berrocala una casa espectacular, de dos plantas, con un enorme zaguán y una terraza grande donde transcurrieron, sin duda, los años más felices de la familia.

La Berrocala era en aquel tiempo un barrio maravilloso en el que residían los Galiche , que como eran turroneros cada vez que llegaba la feria aprovechaban las tardes para preparar aquellas delicias de inolvidable sabor que inundaban de primoroso olor cada uno de los rincones del barrio y que luego ofrecían a los clientes a lomos de su carrillo.

El vecindario

Igualmente residían en la Berrocala los Sánchez Cortés , que eran carniceros, como también lo eran los Borrasca , que vivían enfrente y que tenían puestos de carne y casquería en el mercado del Foro de los Balbos. También estaban en el barrio los Barroso , que el padre era militar, la señora Carmen , los Ambrosio , los Rebollo , los Estévez (que son secretarios de juzgado), los Bote (que Manolo trabajaba en Pitarch) o los Jimeno (que hacían rótulos y luminosos).

La de la Berrocala era, pues, una calle muy entretenida porque los Villarroel eran los únicos que tenían teléfono y aquella casa era un trasiego de vecinos que acudían allí cuando recibían alguna conferencia. Si llovía la diversión también estaba garantizado porque como la calle no estaba asfaltada se formaba mucho barro y era ideal para jugar al clavo. Estaba entonces la Berrocala plagada de niños que pasaban las tardes enteras entre el alza la malla y el bote, y cuando llegaba la hora de la merienda la casa de los Villarroel se ponía hasta arriba de muchachos.

Era muy feliz aquella vida en ese barrio de la iglesia de San José. Los pequeños veían levantar los enormes muros de la parroquia de don Severiano y los Villarroel siempre colaboraban cobrando la hoja parroquial. En la Berrocala estaba el comercio de la señora Clara , madre del torero Morenito de Cáceres , en el que había de todo: la cizalla para el bacalao, el aceite a granel, los sacos de garbanzos y lentejas... era un comercio pequeño, con sus estanterías y su mostradorcito, instalado en el zaguán de la casa. A la vuelta, en Santa Gertrudis, había otro comercio, el del señor Higinio , que era más grande y era ya como el Carrefour del barrio.

Así pasaba la vida en la Berrocala. Las cinco primeras hijas de los Villarroel (Rocío, Fidela, Sara, María Victoria y Conchita) cursaron estudios de Magisterio en la escuela de la Montaña, cuando un bocadillo costaba 5 pesetas y entre varias lo compraban y luego lo compartían. Allí daban clases doña Luz , doña María Antonia Fuertes , don Elías , don Rodrigo que era el de Matemáticas, doña Maruja Collado , doña Angelita Capdevielle y doña Marina . Luego había profesoras de la Sección Femenina que impartían conocimientos de Política, Gimnasia, Labores, Cocina y Hogar.

Los bailes

Un día, cuando se hizo la fiesta de Magisterio en Jamec, las hijas de los Villarroel acudieron al baile, pero como Valentín era tan estricto, a las 10 tenían que estar de vuelta a casa. Ocurría lo mismo cuando iban al cine, no importaba que se dejara la película del Norba o la sesión de Jueves de Féminas a medias, porque el horario era innegociable.

Los hijos varones de los Villarroel, Valentín y Anacleto, estudiaron en el Licenciados y el San Antonio, respectivamente. El primero se marchó luego a la Escuela del Ejército del Aire de Madrid, fue piloto militar, después comandante de Iberia y pilotó el avión que llevó por primera vez al Rey a América. Anacleto, que en 1965 fue campeón de España de vuelo sin motor, también se hizo piloto comercial de Iberia y llegó a ser presidente de Aviación Civil.

Chefa fue la única hija de los Villarroel que no se hizo maestra. Estudió Enfermería en la Escuela de la Seguridad Social, entonces adscrita al Hospital San Pedro de Alcántara (la Residencia de toda la vida). Allí las alumnas estaban internas y los estudios se prolongaban durante tres años. En el propio hospital se realizaban las prácticas y entre los profesores, los médicos de la época: Coca en Ginecología, Sanromán en Anatomía, Antonio Silva en Médica o Joaquín Jiménez Díaz , que daba Patología.

Los tiempos cambiaban y con ellos Cáceres también lo hacía. Con la incipiente Democracia los cacereños descubríamos Faunos, Bolls y Heros. El cuartel general de Chefa y sus amigas estaba en Colón, donde María José Barroso tenía un quiosco de golosinas y de ahí a las piscinas de la Ciudad Deportiva, a los vinos del Parrita que estaba en la calle Paneras, al Hidalgo, a Cacharrín o a las sesiones del Astoria.

Y en la memoria, siempre Cáceres, la añorada ciudad a la que un día los Villarroel arribaron para nunca más partir.