Reyes López es madre de un niño celiaco de once años. Lo descubrió hace casi una década y ahora participa activamente en la Asociación de Celiacos en Cáceres para ayudar a los nuevos diagnosticados.

--¿Cómo fue ese primer momento en que lo descubre?

--El niño tenía 18 meses y no se encontraba bien. Vomitaba mucho, tenía diarreas, estaba sin fuerzas y no quería jugar. Tuve suerte porque la pediatra en seguida pensó en la posibilidad de que fuera celiaco y se lo detectó. De entrada yo no sabía qué era, pero en el momento en que me lo explicaron me lo tomé bastante bien para ser madre. Vi que existía una solución al malestar de mi hijo que era lo importante.

--En ese momento, ¿no conocía la enfermedad?

--Fue hace diez años. Ahora se ve más en la televisión e incluso salen famosos que lo sufren, lo que ha hecho que la enfermedad se normalice un poco más, pero en aquel momento no era común escuchar hablar de ella. Yo no la conocía, pero cuando me explicó la de digestivo qué era y descubrí que no necesitaba medicación, sólo un control en la dieta de mi hijo, la verdad es que fue un alivio.

--Entonces, para usted ¿fue fácil de asimilar?

--Para mí sí. El problema lo tuvieron las abuelas que se preguntaban: y ¿entonces que le doy yo de comer a mi niño? ¿le puedo dar yo de comer? ¿puedo darle lentejas?

--Y el niño, ¿se dió cuenta?

--Era muy pequeño así que no se daba mucha cuenta de que le quitábamos ciertas comidas. Lo que sí que tuvimos que hacer fue quitar las galletas de donde él las cogía y colocar en su lugar unas sin gluten. Poco a poco se acostumbraba.

--¿Cómo se controla ese cambio de dieta?

--Es gracioso. Al principio a todos nos pasa algo que yo llamo el 'síndrome nido', como a las embarazadas. Abrimos el armario y nos parecía que todo lo que había tenía gluten, así que vas a comprar y compras de todo, unas cantidades increíbles. Yo llegué a comprar cosas que mi hijo, que era muy pequeño, aún ni masticaba. Tuvimos que comernoslas nosotros.

--Al final, ¿cómo aprendió qué comprar?

--Con el tiempo te haces un experto en leer etiquetas pero para ello lo más importante es el contacto con otros afectados. Por eso la asociación es imprescindible. Con ellos, nosotros, aprendes lo que necesitas e incluso te sirve como terapia. El primer contacto con alguien que te entienda es fundamental, es ese momento en el que por fin respiras.

--Ahora, ¿cuáles son los problemas a los que se enfrentan en el día a día?

--El precio. Gracias a asociaciones como la nuestra se lucha para que bajen pero aún es alto. Hay que entender que es una enfermedad, que no necesitamos medicinas pero sí que nos faciliten el poder hacer bien la dieta que se necesita.

--Y a la hora de comer fuera, ¿cómo lo abordaban?

--Por entonces solo comía fuera en la guardería y se portaron genial. Nos reunimos con el cocinero y, en vez decir vaya problemón que se nos viene, sólo pregunto que si podría comer su flan haciéndolo con huevos, azúcar y leche. Incluso se animó a probar recetas nuevas. Ahora, en el colegio por ejemplo, lo que hacemos es que yo le llevo galletas o chucherías a la profesora y, en el momento que otros niños entregan a sus compañeros chucherías por cumpleaños y demás, ella saca las que yo he llevado. En las fiestas de sus amigos, las madres también lo tienen en cuenta y siempre encuentran alternativas para que mi hijo también pueda comer igual.

--¿Es importante que coma como el resto?

--El tiene que tener muy claro que es diferente y que no puede comer lo mismo que los demás y que no pasa nada. Pero a su vez, intentamos integrarle y que las comidas sean lo más parecidas posible a la de todos. Si hay helado, que todos comamos helados, si hay pizza, todos comemos pizza.