El 10-N habrá elecciones generales en España, por cuarta vez consecutiva en los últimos cuatro años, y nos costarán más de 100 millones. La fragmentación política, con cinco partidos estatales en liza, así como su incapacidad para ponerse de acuerdo han sido la causa. Pero lo peor es que esta nueva convocatoria no garantiza por sí misma la solución del problema, pues es de suponer que en tan solo seis meses el sentido del voto de la ciudadanía no va a variar sustancialmente y por lo tanto ningún partido alcanzará en solitario, y sin contar con otros, mayoría suficiente para gobernar. Curiosamente, ese mismo día hará 400 años de que Descartes descubrió en su mente los fundamentos de una nueva filosofía que le permitió salir del escepticismo y hallar una verdad inconmovible -pienso, luego soy- a partir de la cual poder construir un sistema sólido: el racionalismo. Estaría bien que también nosotros, los ciudadanos y los políticos españoles, encontráramos en esa misma efeméride una fórmula capaz de permitir que haya por fin un gobierno estable, por razonable, en nuestro país. La solución pasa sobre todo por un cambio de actitud de los partidos y de sus líderes que les conduzca a utilizar en serio el diálogo como método, no para repartirse cuotas de poder, sino para llegar a acuerdos de interés general sobre asuntos apremiantes como el cambio climático, la creación de empleo, las pensiones, la cuestión territorial o el ‘brexit’, y para constituir un gobierno que pueda realizar esos acuerdos y afrontar, por fin, una legislatura completa y normal.