Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos», El Principito. Creo que es un buen momento para recuperar estos clásicos infantiles que nuestra madre nos leía antes de irnos a dormir y dejar de invertir en lentillas y gafas. Señores y señoras, ¡yo me apunto a mirar con el corazón! Lo acepto, es verosímil pero no real. Hace poco, intenté imaginarme qué pasaría si un día decidiese llevar en mi vestimenta diaria tres piezas de ropa con las que el mundo me pudiese calificar de tres maneras distintas: de pija, choni o hippie. Me gustan los pendientes de aro grandes y maquillarme abundantemente. He decidido que conjunta a la perfección con mis pitillos arremangados y las running que tengo nuevas. Además, el otro día encontré en el armario aquella camiseta que me gusta tanto y que pinté con miles de colores y, en el medio, el símbolo de la paz. La controversia ha llegado cuando me he visto en el espejo. «¿Quién soy?», me he preguntado. Para algunos, la pija de los pitillos; para otros, la hippie de la paz y, para los demás, la choni de los aros. Cinco minutos más tarde y tras haberme roto la cabeza con cómo sintetizar estos tres términos en uno, he llegado a la conclusión de que quizá la pregunta que trataba de responderme era: «¿Quién dicen que soy?». Para todos aquellos que no me conozcan, me gusta que me llamen por mi nombre; aborrezco mi apellido, Estereotipo, y me chifla mi nombre: soy Corazón.