Lunes y la calle vuelve a estar en silencio. La misma quietud de ayer que, dicen, fue domingo. Este lunes-domingo en el que apenas los vecinos usan el ascensor, no sea que dentro se esconda el bicho y el interruptor de bajada sea el interruptor de la muerte. La escalera nunca ha tenido tantos pasos acumulados, parece la hipoteca que nunca se termina, porque todos prefieren subirla y bajarse antes de meterse en el montacargas del peligro.

Este bloque de Camino Llano había sido hasta ahora un bloque de hola y adiós, ahora se ha convertido en otra cosa, en esa pequeña calle de los pueblos donde todos se saludan y se aprecian. ¿Qué, cómo lo lleváis?, ¿Cómo están tus padres?, ¿Volvieron los niños?, ¿Bajaste al Tambo?, ¿Recogiste las cartas del buzón?, preguntas que van de balcón a balcón cuando a los ocho salen a aplaudir, aunque no necesitamos ya tanto aplauso y más medios que frenen esta pandemia galopante.

Abajo, en el portal, sobre la pared de mármol siempre inmaculado, cuelga este cartel, escrito a mano por alguien indudablemente bondadoso que dice así: "Si hay algún vecino en este edificio que sea médico, enfermero, auxiliar, celador, cajero de supermercado, conductor, policía, bombero, guardia civil, limpiador... queremos pedirte por el bien de todos, que no pierdas el ánimo porque en tus manos está nuestra salud, nuestros alimentos, nuestros mayores... Que no olvides que para nosotros eres un orgullo. Mientras tú trabajas, nosotros estamos seguros en casita. Que nos avises si podemos ayudarte en algo para hacer más llevadera tu sobrecarga, y por último, a todos esos que repudian la convivencia con todos ellos, recordaros que no existe peor enfermedad o virus que no tener corazón".

Es la primera vez que en la pared no cuelga solo el cartel avisando de que el jueves hay que sacar el coche del garaje porque van a hacer limpieza general.