Hace un año que a Teresa Muriel Bejarano, cacereña de 41 años, se le acabó el paro y ahora cobra un subsidio por desempleo de 430 euros al mes. Madre soltera, con una hija de 21 que está estudiando, se ha visto obligada a pedir una moratoria de su hipoteca. Por pertenecer a una familia monoparental y dada su delicada situación económica, en junio solicitó el ingreso mínimo vital, una ayuda gubernamental cuyo objetivo es garantizar el acceso a los suministros fundamentales a las personas en circunstancias vulnerables. No ha recibido respuesta.

Teresa Muriel. Cacereña en situación de desempleo

Va tirando con la ayuda que le prestan sus familiares y la Red de Solidaridad Popular, un colectivo de voluntarios de La Mejostilla que atiende a 125 familias de la ciudad. Teresa, que es camarera, hubiera tenido opciones laborales, pero el sector está tocado: «Con las comuniones y las bodas yo hubiera trabajado todos los fines de semana. Cáceres vive del turismo y de los servicios porque no hay industria. Actualmente, con más motivos -asevera- la gente tiene que emigrar».

La radiografía de esta cacereña poco dista de la que ofrece Gabriel Álvarez Arroyo, presidente de la Cámara de Comercio. A la pregunta de cómo soportará la economía el envite del coronavirus responde así: «El pulso económico de Cáceres antes de la pandemia era débil, ahora se ha acelerado».

Álvarez recuerda que una parte muy importante del tejido productivo de la capital está basado en las empresas de servicios con escasa capacidad financiera. La covid ha complicado las perspectivas de crecimiento del turismo, el comercio y la hostelería. El responsable cameral pronostica que estos sectores «van a tardar en recuperarse».

Gabriel Álvarez Arroyo, presidente de la Cámara de Comercio

Eso sí, atisba un mínimo de esperanza: «Hemos aprendido de la crisis del 2008 y el reto es mantener vivas a las empresas el mayor tiempo posible». Esta vez, la recesión se produce por una causa exógena a la economía, por tanto, cuando desaparezca la amenaza, la recuperación será muy rápida.

Entretanto, hay que insuflar de liquidez a las empresas para que no se rompa la cadena de pago y facilitar la flexibilidad laboral con los ertes. Gabriel Álvarez apela a que a partir del 30 de septiembre se prorroguen los expedientes de regulación temporal de empleo hasta que el coronavirus deje de ser una amenaza «y esta situación coyuntural desaparezca».

El comercio minorista ha sufrido un grave azote, por eso la propuesta de la Cámara pasa porque la Junta y el ayuntamiento mantengan las ayudas de las cuotas de autónomo y las exenciones fiscales. A su juicio, se deben incrementar los presupuestos de la administración «puesto que no hay mejor política social que ayudar a los empresarios, que son quienes mantienen los puestos de trabajo». Y concluye: «Cada año salen de Extremadura 4.000 jóvenes al año y eso es un disparate».

Sin ver el fin

La juventud, inmersa en la vacilación provocada por la pandemia, es otra de las grandes afectadas. Mariángeles Harto Sánchez tiene 19 años y estudia un doble grado de ADE y Turismo en la Facultad de Empresas de Cáceres. Está en su tercer curso. En condiciones normales hubiera cumplido su sueño Erasmus en Lisboa. «No tenía la seguridad de que esto mejorara y desgraciadamente así ha sido. Sinceramente, no veo fin», lamenta. Cuando se le pregunta por las perspectivas laborales, define a la suya como «la generación online de la universidad», un hecho que puede condicionar el futuro en negativo.

Mariángeles Harto Sánchez, estudiante de la UEx

Y en la universidad está una de las dos hijas de María Victoria Blanco Meneses. «El primer día de clase le dieron todos los apuntes del curso por si vuelve la enseñanza telemática». La hija mayor vive en Alemania. Se marchó a cursar un máster y se quedó porque las perspectivas laborales en Extremadura son exiguas. Por suerte, en el pueblo donde reside apenas hay casos de covid. Este año no ha podido verla ante la dificultad que entraña un viaje al extranjero. María Victoria trabaja en la hostelería. En el restaurante siguen en fase 2, no dejan de tener clientes pero se ha notado menor afluencia. Afortunadamente, en lo económico su situación no ha variado.

María Victoria Blanco Meneses, con dos hijas en la universidad

El suyo es un caso parecido al de Jorge Toril, segundo encargado del Charlotte, bar de la calle Amberes donde trabaja hace nueve años. El verano ha transcurrido mejor de lo esperado porque las terrazas han sostenido a los bares, pero lo que pasará en invierno se predice complicado. «Cáceres, lloviendo, sin terraza y con 21 empleados...» Termina la frase y sigue con su tarea.

Jorge Toril, segundo encargado del Charlotte

El comercio atraviesa igualmente un trance complejo. Diego Bravo entró con 18 años en Retales Manolo, la tienda que su padre abrió en la plaza Mayor y que luego se trasladó a la calle Moret. «Si se encuentra pronto una vacuna volveremos a la normalidad, si se ralentiza, el futuro económico será complicado», alerta. «Cáceres tiene su fuerza en el turismo, si el sector baja, ¿de qué vivimos?», se pregunta. Antes de que el virus estallara, desde su negocio veía pasar a cientos de turistas de todas las nacionalidades, una estampa que forma parte del recuerdo.

Diego Bravo, responsable de Retales Manolo

Mujeres rehenes

El coronavirus toca a la población en su conjunto. Ivonne Romero llegó a Cáceres el 19 de abril de 1999, una fecha que no olvida porque coincide con el Desembarco de los 33 en Uruguay, su país de origen. En la ciudad buscó el refugio de la Casa de la Mujer, a la que se vio obligada a acudir con sus dos hijos huyendo de su exmarido, que cumplió siete años y medio de condena en la cárcel por maltrato psicológico. Dejó Uruguay y tuvo que elegir entre España, Italia o Estados Unidos. Escogió el primero por el idioma y su primer destino fue Lugo. La obsesión de su esposo no conocía fronteras y dio con ella; entonces Ivonne siguió escapando. En Cáceres, él también la localizó. Tras un calvario, finalmente se hizo justicia.

Ivonne Romero, trabajadora del Garaje 2.0

Hoy, Ivonne tiene una nueva vida, trabaja para el ayuntamiento en el Garaje 2.0, un edificio de empresas situado en Aldea Moret, el barrio donde reside hace 20 años, «un lugar precioso, tranquilo, fuera de los bulos malintencionados que le persiguen, con gente trabajadora como yo», detalla mientras contempla el poblado minero, una de las joyas arquitectónicas de la capital.

Ivonne empatiza con todas esas mujeres maltratadas, rehenes de sus maridos machistas; sabe que el coronavirus ha agravado el martirio de cientos de ellas. «Doy por segurísimo que la violencia de género ha aumentado. Cuando vives 24 horas y 24 horas y 24 horas con un hombre así, las desavenencias crecen, las discusiones aumentan. No puedes salir, ni pedir ayuda, y tienes miedo, y te dices a ti misma: respira, porque en cuanto dejes de respirar será el fin».

Son testimonios que invitan a la reflexión, como el de Pepita Sánchez María, madre de Jesús Bermejo, un joven con síndrome de down. Hace dos semanas su hijo regresó al centro. «Hemos estado todo el verano aconsejándole: Jesús guarda la distancia, Jesús la mascarilla, Jesús lávate las manos». Pero ellos «son niños más propensos a pillar todo, están más indefensos», reconoce. Sus profesores y formadores siguen en primera línea, igual que el conjunto de la comunidad educativa.

Pepita Sánchez María y Jesús Bermejo

Fernando Alcalá imparte clases de inglés en el instituto Al-Qazeres. Destaca el esfuerzo coral de profesores y alumnos, «aunque estemos todos detrás de la mascarilla, te sientes en el mismo barco». El futuro nadie sabe qué carga deparará. Es un peso que llevan igualmente a cuestas los sanitarios.

Fernando Alcalá, profesor de inglés en el Al-Qazeres

Luis Tobajas, médico cacereño de familia en los centros de salud de Salorino y Membrío, es uno de ellos. Asegura que todos los casos diagnosticados en la primera quincena de septiembre corresponderían a un solo día de la primera de marzo, mes en el que apenas se detectaban el 10% frente al 85% actual, de tal modo que hoy se actúa antes, es mayor el control de la pandemia y menor el índice de mortalidad.

Luis Tobajas, médico de familia

Ha aumentado, por tanto, el porcentaje de PCR, en torno al 12% aunque lo idóneo sería estar por debajo del 5%. «Eso significa que se nos están escapando muchos contactos estrechos y la transmisión comunitaria tiene que mejorar. Ocurre, sin embargo, que el 70% de esos PCR se realizan en centros de salud: «Es una carga brutal y están llegando al colapso», asevera Tobajas.

Ante esta coyuntura, es necesario reforzar la Atención Primaria y la Salud Pública. Y no bajar la guardia: huir de los espacios cerrados y llevar la mascarilla en reuniones familiares, porque gran parte de los contagios se producen en esos escenarios. El sistema deberá hacer un esfuerzo titánico para superar la segunda oleada. Hasta marzo o abril no llegarán las primeras vacunas y la recuperación de la normalidad se prevé a finales de 2021. Conviene cumplir las recetas de este doctor pues a la vista está que el coronavirus se desboca y la sociedad sangra.