Pasada la una y media de la madrugada se oye ruido en la calle. Entonces uno se da cuenta de que lo que dicen los periódicos es cierto. El otro día leía en un reportaje de este diario que Cáceres había desplegado todo su personal de limpieza para garantizar la seguridad y la desinfección mientras se mantenga el estado de alarma. El concejal Andrés Licerán aportaba una retahíla de datos sobre las 174 personas que componen el personal de la empresa concesionaria del servicio y aseguraba que todos se implican al cien por cien: 67 en la recogida de basuras y 107 en la limpieza viaria, detallaba el edil, que daba a conocer de modo minucioso las labores que realiza su departamento para frenar la pandemia.

Uno leía y se quedaba, una vez más, con las cifras, que a veces pierden su sentido real si no piensas que detrás de los datos hay gente que lo da todo. Abajo, en la calle, seguía el ruido: era un camión de Conyser y detrás uno de esos 174 empleados, con una manguera, limpiando adoquín por adoquín, salvando los coches aparcados. Solo el sonido del agua en mitad del silencio de la noche.

Parecía que ese trabajador estaba limpiando su propia casa. En realidad Cáceres es nuestra propia casa, aunque la hayamos maltratado tanto tirando la basura a deshora, dejando chicles y colillas en las aceras, no recogiendo las mierdas de nuestros perros, permitiendo que meen en las esquinas sin llevar a mano un desinfectante.

Miro tras los cristales y no puedo evitar la emoción al darme cuenta de lo mucho de heroicidad que hay detrás de un basurero, ese profesional tan históricamente denostado. Gracias Conyser.